Llega el último capítulo de esta aventura increíble de Estíbaliz y su paraguas rojo. La niña vuelve a casa pero…¿podrá arreglar el problema del rey del viento?
Lee el último capítulo y descúbrelo en este cuento.
Estíbaliz vuelve a casa
Estíbaliz, ligeramente mareada con tanto giro, abrió despacio los ojos. El palacio de la reina de la lluvia era gris, húmedo y brillante. Como en el del viento, ni una sola línea recta podía verse. Pero el lugar estaba vacío.
- ¿Dónde está la reina? – preguntó Estíbaliz con curiosidad.
- ¿Quién me llama? – sonó una voz aterciopelada y dulce que no acompañaba a ningún cuerpo.
- Soy el rey del viento – dijo este con tono compungido – y antes de que empieces como siempre a enfadarte y gritar, te diré que traigo una invitada, así que, por favor, sé cortés.
- ¿Una invitada? – y al decirlo, la reina de la lluvia se hizo presente.
Se trataba de una mujer de edad indefinida, que en vez de pelo tenía nubes, de las que iba cayendo agua. A su paso, la reina de la lluvia no dejaba huellas, solo un charquito de agua que la acompañaba por toda la estancia.
- ¿Quién eres tú?
Estíbaliz le contó toda su aventura y cómo había llegado hasta el palacio del viento. También como éste le había enseñado los desmolinos y lo horrible que le habían parecido.
- Así que por eso estamos aquí. Necesitamos tu ayuda para poner motores en los desmolinos.
La reina de la lluvia, ligeramente sorprendida se giró hacia el rey del viento:
- No me lo creo – y volviéndose hacia Estíbaliz exclamó – ¿Sabes, pequeña niña, la de veces que he intentado convencerlo? El rey del viento no cambiará nunca. Es orgulloso y todo debe hacerse a su manera. Si la idea no se le ocurre a él no es una buena idea. Por eso rechazó el tema de los motores: ¡se me había ocurrido a mí! Jamás dejará que nadie ¡y menos una mujer! le diga lo que tiene que hacer.
Estíbaliz miró al viento y le entraron ganas de darle una colleja con su paraguas de colores. Así que el problema era ese…
- Osea que eres un machista, rey del viento. Eso no me lo habías dicho – exclamó enfada la niña.
El rey del viento, viendo que tenía todas las de perder ante aquellas dos tozudas mujercitas, agachó la cabeza y en apenas un susurro explicó:
- Sí, sí, lo soy, pero ya no quiero serlo más. Me siento solo y triste desde que estamos enfadados. Pero además he tenido mucho tiempo para pensar y ya no creo que mis ideas sean las mejores. Por fin me he dado cuenta de que era mi orgullo lo que me impedía reconocer que tu idea de los motores en las contranubes es estupenda.
- ¿Lo dices en serio?
- Claro, y necesito tu ayuda para hacer lo mismo con mis desmolinos. ¿Me ayudarás?
- ¡Por supuesto! ¿Sabes el tiempo que he estado esperando este momento?
Estíbaliz se quedó mirándoles durante un instante: ¡hay que ver lo que le gustaba a los mayores hacer las cosas complicadas! Con lo fácil que habría sido instalar desde el principio los motores en los desmolinos. Así los pobres vientos no habrían tenido que sufrir tanto en su trabajo, el rey no habría estado solo y ella… ¡ella no habría estado a punto de perder su paraguas!
Y hablando de su paraguas y de toda su aventura ¿cómo volvería a casa? El rey y la reina estaban tan ocupados hablando de motores, fórmulas físicas, electricidad y aspectos meteorológicos que se habían olvidado de ella.
- Amigos, perdonad que os interrumpa pero ¡quiero volver a mi casa!
- Pequeña Estíbaliz, ¡ahora mismo nos ocupamos de ti! –exclamó avergonzado el rey del viento.
- Claro, ¿cómo quieres volver a casa? ¿con un viento o a través de una nube?
¿A través de una nube? Eso podía ser divertido, al fin y al cabo lo del viento ya lo había probado y a la valiente Estíbaliz le encantaba descubrir cosas nuevas.
- Pues no se hable más, ¡en una nube!
Y una almidonada nube gris se acercó hacia donde estaba la pequeña, dispuesta a llevarla de vuelta a su casa. Había llegado el momento de la despedida. Estíbaliz se abrazó al rey del viento (un abrazo ventoso que la dejó bastante despeinada)
- ¡Prométeme que no volverás a robar paraguas!
- Haré lo que pueda, pequeña, pero los vientos, ya sabes, a veces…
- Bueno, pues prométeme que no volverás a ser presuntuoso y aceptarás las buenas ideas, vengan de quien vengan.
- De eso estate segura. He aprendido una gran lección. Gracias por abrirme los ojos.
Estíbaliz abrazó también a la reina de la lluvia (un abrazo acuoso que la dejó bastante mojada) y se metió de lleno en la nube que la esperaba.
El viaje de vuelta fue ¡extraño! No podía ver nada, solo sentía agua en los ojos y aunque intentó abrir su paraguas para evitar que la lluvia la empapara, no lo consiguió. Sin embargo, cuando cayó al suelo, en el punto exacto en que se la había llevado el viento, estaba totalmente seca aunque seguía lloviendo tan fuerte como cuando comenzó aquella aventura.
- Nadie va a creer lo que me ha pasado – exclamó sin parar de reír.
Y diciendo aquello abrió su maravilloso paraguas rojo y continuó caminando bajo la lluvia rumbo al colegio.