Quantcast
Channel: Cuentos Infantiles – Pequeocio.com
Viewing all 67 articles
Browse latest View live

Cuento a la vista: el conejo gruñón

$
0
0

conejogrunon

Esta semana os queremos presentar a un conejo de lo más gruñón, que sin embargo demostrará que tiene un buen corazón. El cuento habla de los prejuicios que tenemos y que a veces nos hacen dar de lado a gente de lo más interesante. Todo el mundo merece una segunda oportunidad, ¡también los conejos gruñones!

Esperamos de verdad que vosotros también le deis la oportunidad a este conejo con malas pulgas y leais su historia con la misma ilusión que nosotras pusimos en su creación.

El conejo gruñón

Nunca les había gustado aquel conejo azul: ¡era tan diferente a ellos! Es verdad que al principio, a todos les dio un poco de lástima. Y es que aquel conejo necesitaba un nuevo hogar porque un malvado cazador se había apoderado del bosque en el que vivía antes. Así que nadie tuvo valor para negarle alojamiento, aunque todos pensaban lo mismo: ¿qué pinta un conejo como él en un bosque como el nuestro?

Así que, aunque le dejaron vivir en su comunidad, nadie tuvo interés nunca en hacerse su amigo. Era un conejo como ellos, sí, pero no era uno de ellos. Para empezar aquel color extraño de su pelo, ¡eso saltaba a la vista! Pero había otras cosas, por ejemplo, el tamaño. Era mucho más gordo que todos ellos y también más alto y más fuerte. Luego estaba aquella voz extraña, aquel acento sonoro y cantarín tan molesto. ¡Y no digamos el ruido que hacía al comer! Era tan insoportable que pronto dejaron de invitarle a las comidas y a las celebraciones.

El conejo azul acabó acostumbrándose a ser el raro, el diferente, aunque eso supusiera estar siempre solo, día tras día. Con el tiempo olvidó lo que era compartir una buena zanahoria con otro conejo, hacer carreras entre los matorrales o competir por ver quién era el que daba los saltos más grandes. El conejo azul, de pasarse tanto tiempo solo, se volvió huraño, gruñón y egoísta. ¡Justo la excusa que necesitaban los otros para seguir quejándose de él!

- ¿Sabéis lo que me hizo el otro día? – exclamó furibunda una mamá coneja.

- ¿¿Qué??

- Venía yo con mis conejitos de buscar zanahorias silvestres. No habíamos encontrado ninguna y mis pequeños se morían de hambre. Y entonces nos cruzamos con el conejo azul. Traía una enorme cesta llena de suculentas zanahorias. Había muchísimas…así que le pedí que me diera algunas para mis conejitos. De muy malas formas me dijo que no y se dio la vuelta. Para qué querrá él tantas zanahorias…¡Sinvergüenza!

Hubo tantas quejas que finalmente, decidieron echarle. El conejo azul gritó y gruñó mientras les lanzaba cosas a la cabeza. Pero acabó marchándose con su vieja maleta.

- ¡Qué desagradecido! Después de todo lo que hemos hecho por él…

El conejo azul caminó durante horas. En el fondo, pensó, qué más daba marcharse lejos y vivir solo. ¡Estaba tan acostumbrado que no le importaba! Cuando el sol se ocultó, buscó un agujero donde pasar la noche. Durmió muy a gusto hasta que al amanecer un sonido muy agudo y desagradable le despertó.

- ¿Qué es este horrible ruido? – exclamó enfadado mientras salía de la madriguera.

- Ah, parece que has escuchado mi canto. ¿Te ha gustado?

- No, no me ha gustado nada, es horrible y encima me has despertado.

Al escuchar decir aquello, el pájaro comenzó a llorar:

- ¿Tú también piensas que canto mal? Lo mismo pasaba con mi familia y acabaron por echarme. Ahora estoy solo. Todo el día. Y no me gusta…

- Pues tendrás que aprender a estar solo. Mírame a mí. Yo también estoy solo y no necesito a nadie. Me gusta…

- ¿Te gusta? Pero si no hay nada más triste que no tener amigos. ¿No podríamos ser amigos nosotros?
El conejo azul miró a aquel pájaro como si estuviera loco. ¿Amigo él de aquel pájaro que no sabía cantar? ¡Ni de broma! Así que, sin despedirse, cogió su vieja maleta y siguió caminando. Pero el pájaro no estaba dispuesto a dejar escapar la oportunidad de tener un amigo.

- No te importa que te acompañe, ¿verdad? Es que no tengo a donde ir…

- No, te he dicho que me gusta estar solo. ¡Déjame en paz!

- Eso es lo que tú piensas, que te gusta estar solo, pero todo el mundo sabe que es mucho más divertido tener amigos…

Y siguió hablando y hablando y hablando mientras el conejo azul se enfadaba más y más y más.

- Tienes suerte de que no sea un animal carnívoro…si no…¡¡te ibas a enterar!! – pensó cada vez más enfadado.

Y así pasó el día. El conejo azul buscó un agujero donde dormir, con la esperanza de que cuando despertara, aquel pájaro tan pesado y hablador ya no estuviera ahí. Sin embargo, apenas había amanecido cuando el tono chillón del pájaro que no sabía cantar volvió a despertarle.

- ¿Otra vez? ¡¡¡ES QUE NO PUEDES DEJARME EN PAZ DE UNA VEZ!!!

Tanto gritó y tan enfadado parecía, que el pájaro, muy triste, decidió marcharse.

- Ya era hora, por fin podré caminar solo.

Cogió su vieja maleta y comenzó a andar. Pero al rato, el conejo azul se paró. ¿Acaso no había oído un aleteo sobre su cabeza? Miró al cielo pero ni una sola nube le saludó así que siguió caminando. Un rato después volvió a pararse. ¿Acaso no había escuchado el gorjeo desagradable del pájaro? Pero por más que trató de escuchar con atención no oyó más que el silbido del viento. Así que siguió caminando hasta que encontró un agujero donde pasar la noche.

Nadie cantó aquella mañana a primera hora. Pero el conejo azul estaba despierto: no había conseguido pegar ojo en toda la noche pensando en el pájaro. En dónde estaría. En qué estaría haciendo. En si estaría enfadado con él. En si le echaría de menos…

De pronto, el conejo azul se dio cuenta de que en realidad, quien le echaba de menos era él. Por muy molesto y charlatán que fuera aquel pajarraco, era el único animal que había querido ser su amigo en mucho tiempo.

- Pero qué tonto he sido – exclamó contrariado – ¿Cómo he podido echarle de mi lado?

Y sin pararse siquiera a recoger su vieja maleta, el conejo azul corrió y corrió en dirección contraria a la que había tomado. ¡Tenía que encontrarle! Al final del día lo vio. Estaba en el mismo árbol en el que lo había dejado, tan solo y triste como le había encontrado la primera vez.

- Tenías razón. – le gritó el conejo azul – no hay nada más triste que no tener amigos. ¿No podríamos ser amigos nosotros?

Seguro que podéis imaginaros la respuesta… El conejo azul y el pájaro que no sabía cantar se hicieron amigos y nunca, nunca más, volvieron a estar solos.

Puedes leer más historias como estas en Cuento a la vista – el blog de cuentos infantiles


Cuento a la vista: Noelia quiere una tortilla

$
0
0

dragon

En nuestro Cuento a la vista de esta semana os presentamos una divertida historia sobre una niña a la que, de repente, le entran muchas ganas de comerse una tortilla. Y esto, que en principio no parece nada especial, acaba convirtiéndose en un divertida aventura que seguro que, además de haceros reir, os dará hambre.

Espero que la disfrutéis mucho. La ilustración en esta ocasión vuelve a ser de Raquel Blázquez.

Noelia quiere una tortilla

¿No os ha pasado nunca que de repente os entran muchas ganas de comer algo determinado? Es un deseo muy fuerte de hincarle un diente a una gominola, a un trozo de chocolate, a un buen bocadillo de chorizo o a unos macarrones con tomate. A Noelia aquel día se le había antojado una buena tortilla francesa.

- ¡Qué antojo más raro, Noelia! – le había dicho su amigo Carmelo, cuando en medio del recreo la niña le había confesado que en vez de aquella manzana ácida, lo que le apetecía era una rica tortilla francesa.
- Pues sí que es raro, pero qué quieres…¡me apetece mucho! Es que mi padre las hace muy bien…

Tenía razón, el padre de Noelia hacía las mejores tortillas francesas del mundo. Era capaz de voltearlas en el aire una vez y otra vez con un estilo, que ya querrían para si los grandes cocineros franceses. Aquel día, Noelia no dejó de pensar ni un minuto en la deliciosa tortilla de Papá.

Por eso, cuando por fin llegó a casa, antes incluso de ponerse a hacer los deberes, Noelia le dio un fuerte abrazo a Papá y le pidió que por favor, por favor, por favor le hiciera para cenar una tortilla francesa.

- Pero si hemos comprado pescado. No puede ser Noelia…
- Papá, que tengo muchas ganas…Llevo todo el día pensando en lo mismo, por favor…

Y tanto insistió que al final a Papá no le quedó otro remedio que aceptar. Eso sí, Papá puso sus condiciones:

- De acuerdo, dejaremos el pescado para mañana, pero tendrás que ser mi pinche de cocina. Pero antes…¡deberes!

Noelia sacó el cuaderno de Mates y terminó los problemas, copió las palabras del dictado que había escrito mal, y terminó de pintar una lámina que le había quedado a medias en Plástica.

- Ya está, Papá. ¿Hacemos la tortilla?

Tal y como le indicó Papa, Noelia abrió la nevera y buscó los huevos. Solo quedaba uno y era un huevo raro, más grande que el resto y con un blanco mucho más brillante de lo normal.

- Venga, cáscalo contra el plato y comienza a batir – exclamó Papá mientras se ponía el delantal.
Pero cuando la cáscara del huevo hizo crac, Papá y Noelia se llevaron el susto más grande de su vida. En vez de la yema, amarilla y redonda, se encontraron un extraño y diminuto animal.
- Pero, pero, pero… – balbuceaba Papá sin saber muy bien qué decir.
- Papá, es un dragón, es un dragón enano. Es un dragón igualito, igualito a los que salen en los cuentos…
- Pero, pero, pero…¿cómo va a ser un dragón?

Para resolver todas las dudas de Papá, el minúsculo dragón resopló y unas pequeñas llamas de fuego salieron de los orificios de su nariz.

- Pero, pero, pero…¿de dónde ha salido este dragón?
- Pues del huevo Papá, ¿no lo has visto? – Noelia pensó por un momento cómo era posible que una persona tan despistada como Papá pudiera hacer unas tortillas tan deliciosas.
- Claro que lo he visto, pero no puedo creerlo. ¿Qué hará este dragón aquí?

Una vez más el dragón fue el encargado de resolver todas las dudas de Papá.

- Me aburría en casa y decidí salir a dar una vuelta. Pero he acabado en este huevo horrible y ahora que estoy fuera quiero volver a mi hogar.
- Pero, pero, pero…¿cuál es tu hogar?

Y por mucho que el dragón trató de explicarles de dónde procedía, ni Papá ni Noelia eran capaces de entender dónde se encontraba su hogar.

- ¿Qué dice de libros y de fantasía? ¿tú entiendes algo?

Menos mal que en aquel momento llegó de trabajar Mamá. (Mamá trabajaba por las tardes y llegaba a casa justo después de que Noelia hubiera cenado. Justo a tiempo para contarle un cuento antes de dormir). Cuando Mamá vio la que había montada en la cocina: cáscaras de huevo, un dragón diminuto y lo peor de todo, Noelia sin cenar, se enfadó mucho.

- Pero, pero, pero…¡es que tenemos un dragón!
- Vaya cosa, ¡un dragón! – exclamó como si fuera lo más normal del mundo – Seguro que se ha escapado de algún libro. Pasa muchísimo. Se aburren de que nadie los lea y salen a dar una vuelta, y luego no saben volver.
- Pero, pero, pero…¿ahora que hacemos?
- Muy fácil, tenemos que encontrar de cuál de todos los libros de cuentos que tenemos se ha marchado.

Así que los tres se pusieron manos a la obra a rebuscar por todos los libros de la casa. Por fin, cuando ya llevaban media hora abriendo y cerrando libros, el diminuto dragón comenzó a soltar más fuego por la nariz que de costumbre.

- Es ahí, es ahí. ¡¡Seguro!! Allá voy…

Dicho y hecho. En un periquete el dragón volvió a su libro y Mamá , Papá y Noelia volvieron a la cocina. Como no quedaban más huevos, Noelia no tuvo otro remedio que comerse el pescado. Después, Mamá le contó un cuento antes de dormir. Por supuesto, aquella noche, el cuento elegido fue el del Dragón que se había escapado de su historia. Para que no se aburriera y tuviera ganas de volver a la realidad…

- Pues así acaba la historia, Noelia. ¿Te ha gustado?

Claro que le había gustado. Es cierto que Papá hacía unas tortillas francesas deliciosas, pensó Noelia, pero no había nadie en el mundo que contara los cuentos como Mamá.
Y acto seguido se durmió profundamente.

Puedes leer más historias como estas en Cuento a la vista – el blog de cuentos infantiles

Cuento a la vista: El gato soñador

$
0
0

gato_luna

El cuento que os traemos en esta ocasión nos lleva hasta un pequeño pueblo lleno de gatos. Allí vive Misifú, un gato un tanto especial que sueña con alcanzar la luna. Y es que a veces lo que tenemos alrededor, por bueno que sea, no nos basta y queremos siempre llegar más lejos, cambiar, alcanzar la luna. Este cuento habla de lo importante que es soñar y hacer todo lo posible para conseguir cumplir esos sueños.

¿Los cumplirá Misifú? Pues vas a tener que leer este entrañable cuento para descubrirlo. Como siempre, el texto es de María Bautista y en esta ocasión la ilustración es de Brenda Figueroa. ¡Qué lo disfrutéis!

El gato soñador

Había una vez un pueblo pequeño. Un pueblo con casas de piedras, calles retorcidas y muchos, muchos gatos. Los gatos vivían allí felices, de casa en casa durante el día, de tejado en tejado durante la noche.

La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos les dejaban campar a sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y le daban de comer. A cambio, los felinos perseguían a los ratones cuando estos trataban de invadir las casas y les regalaban su compañía las tardes de lluvia.

Y no había quejas…

Hasta que llegó Misifú. Al principio, este gato de pelaje blanco y largos bigotes hizo exactamente lo mismo que el resto: merodeaba por los tejados, perseguía ratones, se dejaba acariciar las tardes de lluvia.

Pero pronto, el gato Misifú se aburrió de hacer siempre lo mismo, de que la vida gatuna en aquel pueblo de piedra se limitara a aquella rutina y dejó de salir a cazar ratones. Se pasaba las noches mirando a la luna.

- Te vas a quedar tonto de tanto mirarla – le decían sus amigos.

Pero Misifú no quería escucharles. No era la luna lo que le tenía enganchado, sino aquel aire de magia que tenían las noches en los que su luz invadía todos los rincones.

- ¿No ves que no conseguirás nada? Por más que la mires, la luna no bajará a estar contigo.

Pero Misifú no quería que la luna bajara a hacerle compañía. Le valía con sentir la dulzura con la que impregnaba el cielo cuando brillaba con todo su esplendor.

Porque aunque nadie parecía entenderlo, al gato Misifú le gustaba lo que esa luna redonda y plateada le hacía sentir, lo que le hacía pensar, lo que le hacía soñar.

- Mira la luna. Es grande, brillante y está tan lejos. ¿No podremos llegar nosotros ahí donde está ella? ¿No podremos salir de aquí, ir más allá? – preguntaba Misifú a su amiga Ranina.

Ranina se estiraba con elegancia y le lanzaba un gruñido.

- ¡Ay que ver, Misifú! ¡Cuántos pájaros tienes en la cabeza!

Pero Misifú no tenía pájaros sino sueños, muchos y quería cumplirlos todos…

- Tendríamos que viajar, conocer otros lugares, perseguir otros animales y otras vidas. ¿Es que nuestra existencia va a ser solo esto?

Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su amiga Ranina se cansó de escucharle suspirar.

Tal vez por eso, tal vez porque la luna le dio la clave, el gato Misifú desapareció un día del pueblo de piedra. Nadie consiguió encontrarle.

- Se ha marchado a buscar sus sueños. ¿Habrá llegado hasta la luna?– se preguntaba con curiosidad Ranina…

Nunca más se supo del gato Misifú, pero algunas noches de luna llena hay quien mira hacia el cielo y puede distinguir entre las manchas oscuras de la luna unos bigotes alargados.

No todos pueden verlo. Solo los soñadores son capaces.
¿Eres capaz tú?

 

Puedes leer más historias como estas en Cuento a la vista – el blog de cuentos infantiles

Cuento a la vista: La ratita presumida

$
0
0

la ratita presumida

Ya llegó septiembre y con este mes también vuelve nuestro cuento a la vista semanal. En esta ocasión queremos arrancar la temporada con una revisión bastante especial de un cuento clásico: La ratita presumida. La adaptación moderna de este viejo cuento es de María Bautista. La ilustración, tan colorida y alegre como siempre, es de Raquel Blázquez.

Veremos qué pasa con esta ratita tan preocupada por su aspecto, aunque para saberlo hay que leerse el cuento. ¿Te animas?

La ratita presumida

Érase una vez que se era, una rata muy trabajadora, que tenía por hija una ratita muy presumida, a la que le gustaba pasarse el día estirándose los bigotes y tostándose al sol.

Un día, la rata, mientras volvía de trabajar, se encontró en el suelo un objeto muy brillante. ¡Era una moneda de oro! Con ella podría hacer tantas cosas…

Pero como lo que más le importaba en el mundo a la rata era su pequeña ratita, decidió darle esa moneda de oro a su hija:

- Esta moneda es para ti. Con ella podrás comprar lo que desees para convertirte en una ratita de provecho.

Cuando la ratita presumida recibió aquella moneda, se fue contenta al mercado del pueblo y a pesar del consejo de su madre, en vez de invertir ese dinero en un buen negocio, se compró la mejor cinta del mercado para hacerse con ella un buen lazo, que se colocó en la colita.

- ¡Mira que elegante estoy! Con este lacito todo el mundo me admirará y querrá hacer negocios conmigo.

Y es verdad que todo el mundo se quedó asombrado al ver a la ratita con su lacito rojo. ¡Parecía toda una ratita de mundo!

De camino a casa, la ratita presumida se cruzó con el gallo, que muy asombrado le preguntó.

- Justo eso es lo que estoy buscando: un poco de elegancia para mi granja. ¿Quieres trabajar conmigo?

La ratita presumida, satisfecha de que su plan hubiera funcionado, contestó.

- Depende, ¿tendré que levantarme muy pronto?

Cuando el gallo le contó cómo funcionaba la granja y como cada mañana se levantaba al amanecer, puso cara de horror:

- ¡Ni hablar! No me gusta madrugar.

Poco después se cruzó con un perro cazador. Cuando vio la ratita, tan elegante, pensó que sería una buena compañera para las cacerías. ¡Así tendría alguien con quien hablar!

- Pero ¿tendré que correr contigo por el campo persiguiendo conejos? Eso debe ser de lo más agotador. ¡Ni hablar!

Al ratito apareció por ahí un precioso gato blanco. Al igual que la ratita, aquel gato tenía los bigotes bien estirados, y la ratita enseguida se sintió interesado por él. Le contó que estaba buscando un trabajo y le preguntó si podía colaborar con él.

- Claro que sí.

- Pero tu trabajo no será tan agotador como el del perro cazador.

- ¡Qué va! Yo no corro nunca demasiado, prefiero quedarme tumbado y que me hagan caricias.

Al oír aquello, la ratita abrió los ojos de par en par: ¡con lo que le gustaba a ella que le acariciaran la barriga! El gato también había abierto mucho los ojos y se acercaba cada vez más a la pequeña ratita.

- Pero, ¿no tendrás que madrugar mucho? Acabo de hablar con el gallo y tiene que despertarse prontísimo.

- ¡Qué va! Si me despierto pronto me doy la vuelta y sigo durmiendo.

La ratita cada vez estaba más contenta. Tan contenta estaba, que no se daba cuenta de lo cerca que estaba el gato (cada vez más y más) y de cómo se relamía de gusto. Cuando estaba a punto de aceptar ese nuevo trabajo, a la ratita presumida le entró una duda.

- Todo lo que me has contado está muy bien, pero ¿a qué te dedicas exactamente?

En ese momento, el gato se abalanzó hacia ella y gritó:

- ¡A cazar ratas y ratones como tú!

Cuando la ratita presumida se dio cuenta de las intenciones del gato era ya demasiado tarde. El enorme felino la tenía bien agarrado con sus uñas. Pero en ese momento, llegó el perro cazador, que había estado atento a la conversación y asustó al gato, que salió huyendo soltando a la ratita presumida. ¡Menos mal!

Cuando la ratita volvió a casa, todo el mundo en el bosque conocía su historia. También su mamá, que mitad aliviada, mitad enfadada, la recibió en casa.

- Todo te ha pasado por ser tan comodona y presumida – le reprendió la mamá – ¿cuándo te harás una ratita de provecho?

La ratita presumida no dijo nada. Había aprendido una buena lección…

Puedes leer más historias como estas en Cuento a la vista – el blog de cuentos infantiles

Cuento en inglés: The girl who didn’t know how to laugh

$
0
0

cuento_nina_sonrisa_large

Como sabemos que muchos niños son verdaderos expertos en esto del inglés, hemos decidido publicar también cuentos en inglés. La traducción de este cuento de María Bautista es de Sandra Soler Peyton. La ilustración es, como siempre, de Raquel Blázquez.

En nuestro primer cuento en inglés hablamos de Tina, una niña con un pequeño gran problema: no sabe reírse. Y aunque a ella no le preocupa demasiado el tema, sus padres están preocupadísimos con el tema.

Para contentar a todos, Tina encuentra una fórmula de lo más interesante. ¿Quieres adivinar cuál es? Coge tu diccionario de inglés y ¡a leer!

The girl who didn’t know how to laugh

There are always things that, no matter how hard you try, you are unable to do. Julito, Leonor’s son, didn’t know how to wink; he tried to do it but always closed both eyes at the same time. Sonia, Santi’s older sister, couldn’t stand on her head. You can’t imagine how many times she hurt herself trying to copy her friends! Malena, the local grocer, couldn’t pronounce the letter “r”, and Matías, Jaime’s grandfather, didn’t know how to finish his sentences.

But nobody seems to mind any of this. To not wink, not be able to stand on our head, not pronounce the letter “r” or get into a mess with never ending sentences, were all things you could live with. However, the thing that Tina couldn’t do really worried her parents, because Tina didn’t know how to laugh.

She had been to see psychologists, doctors, child specialists and even faith healers but no one could say why she was unable to laugh. Her mother was so worried:

- But Tina, my dear, is it because you are unhappy?

But happiness had nothing to do with the problem. Tina wasn’t sad, nor did she feel hard-done-by, she simply didn’t know how to laugh. Even though there were lots of things around her that she found funny:

To watch poor Julito trying to wink mischievously. To stand on her head next to Sonia and see how she always ended up falling when she tried to imitate her. To hear Malena say “Would you like some raspberries some radishes and a kilo of rhubarb?” To try to follow the silly conversations of grandfather Matías.

She thought it was all very funny but as she didn’t laugh everyone thought she was boring, that she didn’t like anything and she wasn’t happy. And that made her sad….

Then, one day, she met Miki. The same as Julito, Malena, Sonia, Matías and herself, he also didn’t know how to do something. He couldn’t speak using his voice, but he could with his hands. As nobody understood him he carried around a notebook to write down what he wanted to say:

- Why don’t you draw your smiles, the same as I have to do and show it every time you think something is funny? – He wrote in his notebook.

Tina thought it was a great idea. She ran home and collected all the coloured pens she could find. She drew a nervous smile, a loud laugh, a nice smile. She drew an outright roar and so on until she had twelve pictures that described each type of smile Tina felt but could not express.

That same afternoon she went out looking for Julito and when she told him he was so excited about the idea that he tried to wink. Watching him making all those faces, Tina showed him one of her drawings of a friendly smile.

Later on she met grandfather Matías and together they laughed with the drawing of a contagious laugh.

Malena, however, didn’t like the cheeky smile that Tina showed her and Sonia got angry when she was shown the killing-yourself-laughing laugh.

- I’m afraid that sometimes you have to hold back your laugh – thought Tina to herself.

But to laugh inside was not a problem for Tina; she’d been doing it for years.

 

Si quieres leer este cuento en español, lo encontrarás en Cuento a la vista.

Cuento a la vista: Un cuento de princesas

$
0
0

princesa_infeliz

Esta semana os traemos una historia que les pasó de verdad a Raquel Blázquez y a María Bautista… Fue una vez que tuvieron que escribir un cuento de princesas muy especial, sobre una princesa que no quería ser princesa sino otra cosa. ¿El qué? Pues tampoco lo tenía muy claro.

El resultado fue este cuento mitad real, mitad fantasía, con el que espero que disfrutéis mucho, mucho.

Un cuento de princesas

Érase una vez una princesa de cabello alborotado y mejillas sonrosadas que vivía en un castillo, en un reino, muy muy lejos de aquí. Su padre era un gran rey tan poderoso que por poseer, poseía hasta los amaneceres del cielo. Su madre era una gran reina tan sabia e inteligente que por saber, sabía hasta los idiomas que hablaban en la otra punta de su reino.

La princesa era heredera de los amaneceres del padre y del saber de su madre, la única heredera. Por eso sus padres cuidaban mucho de ella y no la dejaban hacer nada. Y la princesa que lo tenía todo, un castillo y un jardín, un ejército que cuidaba de ella, una cocinera que le preparaba todo lo que le apetecía y una sala llena de juguetes, aun así no era feliz.

Se pasaba el día suspirando y soñando con ser cualquier cosa menos una princesa. Para olvidar lo aburrida, triste y solitaria que era la vida de una princesa, la pequeña se subía al piso más alto de la torre más alta del castillo. Ahí estaba la biblioteca con libros grandes y libros pequeños, libros gordos y libros finos, viejos y nuevos, interesantes y aburridos, divertidos y serios, alegres y tristes.

Y ahí se pasaba la princesa todo el día leyendo, sin parar de suspirar:

- Pero, princesa…¿por qué suspiráis tanto? Todos sus súbditos se arrodillan cuando la ven y le besan la mano – preguntaba siempre su dama de compañía.
- Me besan la mano y me preguntan qué tal estoy, pero ¿acaso se quedan a esperar la respuesta? Me besan la mano pero no se preocupan por mí. No saben si estoy triste, o si estoy alegre y les da igual.
- Pero, princesa, ¿qué me dice de los príncipes del resto de reinos? Todos se mueren por pedir su mano, por batirse en duelo con dragones para defenderla y por regalarle joyas.
- Piden mi mano porque quieren mi reino, no porque me quieran a mí. Si me quisieran, no me regalarían joyas que nunca me pongo, ni matarían dragones de los que no necesito defenderme porque son mis amigos.

Y una tras otra, todas las razones que la dama de compañía le iba dando, la princesa las iba rechazando. Nadie le haría cambiar de opinión: ser princesa era lo más aburrido del mundo. Era infinitamente mejor ser arqueóloga en busca de tesoros antiguos, o bióloga en medio de la selva, o periodista a la caza de noticias, o ingeniera construyendo puentes por todos los confines del mundo.

Y es que lo que quería la princesa era viajar, viajar y viajar: conocer algo más que los confines de su reino. Y que la quisieran por lo que era en verdad, una simple chica de cabello alborotado y mejillas sonrojadas a la que le gustaba leer y soñar despierta.

Pero mientras aquello no ocurría, la princesa viajaba a través de los libros. Los que más le gustaban, claro está, eran los libros de aventuras y de viajes a islas de gigantes y diminutos, de tierras encantadas y bosques mágicos.

Los que menos le gustaban, claro está, eran los libros de príncipes y princesas.

- ¿Quién ha escrito semejante desfachatez? Seguro que quien lo hizo, ni fue princesa nunca, ni conoció a ninguna princesa de verdad…

Tan enfadada estaba con aquellos libros que decidió escribir su propia versión de la vida de las princesas. Pero lo de escribir no se le daba muy bien y por más que lo intentó y lo intentó no consiguió avanzar en su proyecto. Así que buscó a alguien por internet que pudiera hacerlo por ella.

Y encontró Cuento a la vista.

- Encima con ilustraciones…¡Esto va a ser el no va más! – exclamó feliz la princesa.

Y ahí que nos fuimos nosotras con nuestro cuaderno en blanco para anotar todo lo que la princesa quería contarnos. Tardamos tres días y tres noches en llegar a su castillo, pero mereció la pena. Aquel lugar era el más bello que habíamos visitado nunca, sin embargo la princesa se había cansado de verlo. Quería conocer las ciudades grises y ruidosas de las que veníamos nosotras y estaba harta de ser una princesa.

Así que además de escribir este cuento sobre lo aburrido que es ser una princesa, también nos la trajimos con nosotras. Vino escondida en mi maleta: ¡menos mal que la princesa era pequeña! Pero aun así…¡hay que ver cómo pesaba!

Ahora la princesa vive en mi casa y ya no suspira. Le gusta salir a pasear por las mañanas, montar en metro por las tardes y observar a la gente que vuelve a casa del trabajo. Le gusta jugar con los niños en el parque y subirse a los columpios: adelante, atrás, adelante, atrás y que el viento le alborote todavía más su ya alborotado cabello.

La princesa, además, está aprendiendo a cocinar y a veces, cuando llego a casa, me tiene la cena hecha. No le sale muy bien, pero ella lo intenta y lo intenta, así que yo no le digo nada y me lo como todo y ella se pone contenta.

La princesa está buscando un nombre y no se decide, así que nosotras la llamamos Febrero, porque ese fue el mes en el que llegó a la ciudad.

Febrero tiene muchos planes para marzo. Quiere ir a la universidad, hacerse exploradora, viajar por todos los mares del planeta, ser feliz.

Aunque, colorín colorado, yo creo que esto último ya lo ha logrado.

Cuento en inglés: The old lady in apartment 4B

$
0
0

old lady

Hoy desde Cuento a la Vista traemos de nuevo un cuento en inglés, cortesía de Sarah Morquecho, que ha traducido el texto de María Bautista. La ilustración, de Raquel Blázquez, seguro que os suena. Igual que la historia: un cuento sobre una anciana (muy pero que muy muy anciana) que vive en el cuarto B de un edificio. Todos los niños piensan que es una bruja malvada que se come a los más pequeños. Pero la realidad es bien distinta.

¿Queréis descubrir que se esconde tras la puerta del cuarto B? Pues coged el diccionario y poneros manos a la obra. Hay un cuento en inglés esperando…

 Cuento en inglés: The old lady in apartment 4 B

Even though she barely let anyone see her, all the kids in the building were terribly afraid of the old lady in 4B. She never talked to anyone; almost never left her home and the elders around said she was as old as the building, maybe even more. She had always been there with her wrinkly face, her narrow eyes behind thick round glasses and a huge and silver bun on top of her head. Who was that silent old lady?

The children in the building were convinced she was witch:

- But if she is a witch, how come she doesn’t have cats? – Some questioned.

- That is true; all the witches of the stories have black cats and pointy noses.

- But those are just silly fairytales… Surely real life witches can look very different.

The only woman that had any kind of interaction with the old lady in 4B was Cuca, a middle-aged single woman that did the cleaning and the cooking once a week.

- Aren’t you afraid of going into her home Cuca? If she were to be a witch…

- What nonsense are you speaking! She is nothing more than a peaceful granny sitting in her chair always knitting.

- She is always knitting? That is very strange Cuca; who is she knitting for?

- She says she does it for her grandchildren.

- For her grandchildren…what grandchildren? No one comes to visit her ever….

The children suspected something was off with those grandchildren: maybe she had lots of kids locked away and she was knitting clothes for them? But that didn’t make much sense either…

One day, Cuca found the old lady in 4B was very sick. They called the doctor and he order her to stay in bed for at least two weeks and under supervision just in case her illness got worst. Soon, a commotion hit the building:

- What should we do now?

- Who is going to take care of her? I don’t really have the time…

- Her family should do it…

- But she doesn’t have any…

One by one, all the neighbors excused themselves from the task of taking care of the old lady in 4B for even a little while. Finally, a very angry Cuca offered to stay in the old lady’s home for as long as she needed or until she got well. But under only one condition…

- Every afternoon the children of the building would go upstairs to have a snack in 4B. I will prepare the food and they will keep the old lady company.

The kids thought the idea was terrible; to go inside the witch’s house who locked children away. Scary! But Cuca was so serious about it that the parents had to agree and accept the deal.

That afternoon all of them went to 4B very afraid. But the house wasn’t as they had imagined it to be. It was clean and tided up even though it was filled with stuff. Cuca made them go in a room. The old lady was awake and when she saw them a smile lighted up her face. It was the first time that the children saw her smile.

- Come in, don’t stay at the door – a weak voice said – Cuca said you are going to visit me every day. So kind of you!

The children started coming in shyly and sat on the chairs Cuca had arranged for them. All of a sudden they weren’t afraid anymore. The old lady in 4B told them her name was Jacinta, but when she was young her friend used to call her Cinta and that had become her name eventually. She told them about her many grandchildren that never came to visit her and how much she missed them.

They talked all afternoon, one day after another, until the old lady got well and it became unnecessary for Cuca to take care of her. But even though the deal had been accomplished, the kids kept going to visit Cinta every other afternoon. They talked to her and she knitted and knitted.

And that was how the next winter; all the children in the building wore the most colorful and warmest scarves in the whole neighborhood.

Cuento a la vista: El ajetreado día de Claudio Tomares

$
0
0

09_Payasito

¿No os habéis levantado alguna vez con el pie izquierdo?… Y es que a veces, por mucho que uno lo intente, todo parece estar en tu contra.

Esto es exactamente lo que le ocurre al protagonista de nuestro cuento infantil de hoy: Claudio Tomares, un tipo con una profesión muy especial. Se trata de un  payaso al que, por mucho que todo se le ponga cuesta arriba, siempre llevará su sonrisa pintada en la cara.

Y no os cuento más. Tendréis que leer entero este cuento si queréis saber cómo acaba el ajetreado día de Claudio Tomares.

La ilustración es de Brenda Figueroa y el texto de María Bautista.

Cuento de “El ajetreado día de Claudio Tomares”

La enorme panza del payaso Claudio Tomares subía y bajaba al son de su pesada respiración (por llamar de alguna manera a sus fuertes ronquidos) cuando el despertador en forma de sol sonó estrepitosamente despertando a medio vecindario con su molesto rrrrrrrrrrring. A todo el vecindario menos a Claudio Tomares quien, acostumbrado a no despertarse con sus ronquidos (que parecían rugidos, todo sea dicho), el sonido del despertador pasó totalmente desapercibido.

Así que siguió sonando y sonando y sonando, ¡para desgracia de los vecinos que no paraban de escuchar aquel rrrrrrrrring molesto! Menos mal que en la casa de Claudio Tomares había otro habitante más: Nito, su perro salchicha, que harto de aquel sonido estridente se abalanzó hacia Claudio Tomares y comenzó a lamerle la cara.

- Puafff, Nito, deja ya de chuparme los mofletes, ¿no ves que estoy durmiendo? – dijo con voz cansada Claudio Tomares.

Y justo cuando se iba a dar la vuelta para seguir con sus sueños y sus ronquidos, el despertador en forma de sol, que se había tomado una pausa entre rrrrrrrrrrrrrrring y rrrrrrrrrrrrrrring, comenzó a sonar estrepitosamente. Claudio miró la hora, soltó una exclamación de fastidio:

- ¡Maldición! – exclamó mientras su enorme barriga chocaba con el suelo al tratar de salir de la cama a toda prisa. – ¡Es tardísimo!

Aquel era un día importante para Claudio Tomares: tenía un trabajo muy especial que hacer y no podía fallar. Pero el día no podía haber empezado peor. Ya no le daría tiempo a desayunar (con lo que le gustaba a Claudio Tomares desayunar) y tendría que vestirse a toda prisa. ¡Y vestirse como payaso no era una cosa que uno pudiera hacer en 5 minutos! Todo necesitaba su tiempo, sobre todo el maquillaje. Pero tiempo, justamente, era lo que no tenía Claudio Tomares: ¡¡llegaba tarde!!

Cuando por fin se arregló la peluca y se ató los cordones de sus enormes zapatones de payaso, Nito comenzó a mirarle con ojos lastimeros.

- Nitoooo, no me mires así. ¿No ves que llego tarde? Ahora no puedo sacarte al parque.

Pero tal era la cara de tristeza del pequeño perro salchicha que a Claudio Tomares no le quedó más remedio que buscar la correa y sacar a su perro al parque.

- Está bien, una vuelta rápida, Nito. Pero solo porque has sido tú el que me ha despertado, que si no…

Sin embargo Nito no tenía ninguna intención de dar una vuelta rápida. Olisqueó todas las flores, olisqueó todos los perros, olisqueó a todos sus dueños y cuando el pobre Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia, levantó su pata y ¡listo!.

- ¿Ya has acabado? – Claudio Tomares no hacía otra cosa que mirar su reloj con desesperación.

Pero Nito no había acabado, aún le quedaba buscar un lugar perfecto para… bueno, para eso que hacen los perros en la calle y que nosotros hacemos en el baño. Y lo buscó, y lo buscó y lo buscó y cuando Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia ¡lo encontró! Ahora ya podían volver a casa.

Claudio Tomares llevó a Nito corriendo a casa y corriendo volvió a la calle, y corriendo salió tras el autobús que hizo su aparición. Aunque Claudio Tomares y su enorme panza no eran grandes atletas, ambos, panza y payaso, consiguieron subirse justo a tiempo al autobús número 23 que les llevaba a su destino.

- ¡Qué suerte! Ahora ya nada puede salir mal. Voy a llegar puntual.

Pero Claudio Tomares no contaba con un pequeño gran contratiempo: el tráfico. Cuando doblaron la esquina de la calle principal el autobús 23 se paró en seco, rodeado de un montón de conductores malhumorados que no paraban de pitar y gruñir.

- ¡No voy a llegar nunca! ¿Qué hago?

Y aunque su panza, a la que no le habían dado de desayunar aquella mañana, se quejó ruidosamente y trató de impedirlo, Claudio Tomares tomó una decisión rápida. ¡Si quería llegar a su destino tenía que bajarse de ese autobús y correr!

Y así lo hizo. Pero claro, Claudio Tomares no estaba muy acostumbrado a correr (y no digamos ya su panza) así que pronto comenzó a sudar y a sudar. Su maquillaje comenzó a correrse por toda su cara y la peluca se le movió, tapándole parcialmente los ojos. Por eso Claudio Tomares no vio el puesto de globos de la esquina y se chocó con él.

- Mis globos, mis globos – exclamó enfadado el tendero.
- Lo sientoooo – exclamó Claudio Tomares, sin peluca y sin dejar de correr.

Claudio Tomares dobló la esquina y vio que estaba a punto de llegar a su destino. También se dio cuenta de que uno de los globos del puesto le había seguido. Se trataba de un enorme globo con forma de corazón y al verlo, Claudio Tomares sonrió: ya nada podía salir mal.

Y esta vez no se equivocó. Claudio Tomares entró por la puerta del hospital cinco minutos más tarde de lo que debía (solo 5 minutos, ¡menos mal!). Marcó el número seis en el ascensor y cuando las puertas de este se abrieron, vio a un grupo de niños con esos pijamas azules que le ponen a los enfermos observando con mirada triste los pasillos. De repente, uno de aquellos niños se dio cuenta de la presencia de Claudio Tomares y le gritó al resto.

- ¡¡Ha llegado!!, ¡¡el payaso ha llegado!!

Todas aquellas miradas tristes se iluminaron y los niños comenzaron a sonreír. Por un momento olvidaron el hospital, su cansancio, el dolor de sus operaciones y sus enfermedades y comenzaron a aplaudir tan fuerte que al lado de aquellos aplausos, los ronquidos de Claudio Tomares parecían simples suspiros.

El payaso buscó entre sus bolsillo su enorme nariz roja y tomó aire antes de empezar con su espectáculo de chistes, tropezones y carcajadas.

Para que luego le dijeran sus vecinos que el trabajo de payaso no era un trabajo serio


Cuento a la vista: La madeja de lana azul

$
0
0

ilustracion_cuento_halloween

Después de tantos cuentos de Halloween seguro que a más de uno se le ha quedado la sensación de que todo lo que pasa a nuestro alrededor tiene algo de mágico y de terrorífico. Lo mismo le pasa a la protagonista de nuestro cuento corto de esta semana.

Mariló es una niña que se pierde en un mercado de antigüedades y vive una extraña y misteriosa aventura.

La ilustración es de Raquel Blázquez y el texto de María Bautista.

Espero que disfrutéis mucho de este terrorífico cuento con un final que no es un final, sino una sugerencia. ¿Os atrevéis vosotros a escribirlo?

El cuento de la madeja de lana azul

La pequeña Mariló caminaba de la mano de su madre por el mercado de antigüedades de la ciudad. Por fin hacía frío y Mamá buscaba un viejo reloj de pared como el que había en su casa cuando era niña. Mariló llevaba en una mano su pequeño paraguas y con la otra agarraba con fuerza a Mamá con miedo a perderse en aquellos pasillos llenos de cachivaches.

Y es que a Mariló, el mercado de antigüedades le daba miedo, con todos aquellos extraños objetos viejos, cargados de polvo y de recuerdos:
1. Los relojes de cuco, con aquellos inquietantes pájaros que despertaban a cada hora.
2. Las muñecas de porcelana, con los ojos vidriosos y la tez tan fría como la de un muerto(o así pensaba Mariló que debían tener los muertos la piel, ya que ver, no había visto jamás con ninguno).
3. Los cabeceros de la cama con figuras femeninas de peinados extraños-
4. Las mesillas con olor a madera seca y cajones donde nadie sabía lo que uno podía encontrar.

Pero de repente, algo entre todos aquellos puestos de antigüedades le llamó la atención. Se trataba de un tenderete lleno de vivos colores.

- ¿Qué es esto? – preguntó Mariló a una vieja muy arrugada que tejía con dos agujas enormes.
- Son bufandas, bufandas de colores. ¿No te parece que este mercadillo es muy gris?

Mariló afirmó mientras sentía como Mamá tiraba de su mano para alejarla de allí. La vieja arrugada siguió hablando con su voz suave

- ¿No quieres probarte una?

Mariló, entusiasmada comenzó a rebuscar entre aquellas estupendas bufandas de colores brillantes.

- ¡Esta!
- El azul también es mi color favorito – exclamó la vieja. – Pruébatela a ver cómo te queda…

Mariló se enrolló aquella bufanda azul alrededor de su cuello y entonces sintió un leve mareo. Cerró los ojos intentando no caerse y cuando los abrió, la plaza donde estaba instalado el mercado de antigüedades estaba totalmente vacía.

- ¿Dónde está Mamá? ¿Y la señora de las bufandas? ¿Dónde está todo el mundo?

Mariló corrió asustada y tomó la primera calle que encontró. ¿Era su imaginación o aquellas casas parecían monstruos con enormes puertas-bocas que querían devorarla? Alzó su paraguas como si se tratara de una espada e intentó protegerse de aquellas casas-monstruo.

- Atrás, atrás, no os acerquéis, dejadme en paz.

Pero las puertas-bocas de aquellas casas se fueron haciendo más y más grandes, hasta que un portazo-mordisco la metió dentro de una de esas casas.

Mariló intentó buscar ventanas-ojos por los que escaparse pero pronto se dio cuenta de que no podía andar, algo la empujaba por detrás: la bufanda azul que le había dado la vieja se había quedado enganchado en el picaporte-lengua.

- ¡Maldita bufanda! Tú tienes la culpa…

Así que tiró y tiró de ella hasta que la bufanda azul se fue deshilachando, enredada en el picaporte-lengua de aquella horrible casa-monstruo. Cuando Mariló estaba a punto de convertir la bufanda en una simple madeja de lana sin forma alguna, un sonido estridente la sorprendió.

- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Cliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!!!!!!!!!!!!

La puerta- boca se abrió de repente y justo al otro lado, Mariló vio a dos niños de su edad vestidos de fantasma:

- ¡Feliz Halloween! ¿Nos das caramelos?

Mariló miró a su alrededor y descubrió que la casa-monstruo había desaparecido y que en su lugar se encontraba el confortable salón de su casa. ¿Lo habría soñado todo?

Entonces vio una madeja de lana azul tirada sobre el suelo y comprendió…

Cuento a la vista: La rana que fue a buscar la lluvia

$
0
0

rana_ritita

El cuento de esta semana nos habla de una intrépida ranita que decidió marcharse a buscar la lluvia, que hacía meses que no aparecía por su querida charca. Este cuento, escrito por María Bautista e ilustrado por Raquel Blázquez, nos habla de lo importante que es luchar por conseguir aquello que necesitamos y no quedarse con los brazos cruzados cada vez que ocurre algo que no nos gusta.

Por eso veréis que, incluso lo más complicado, aquello que nos parece imposible, puede cambiarse con tesón, valentía y mucha fuerza. Fuerza como la que tiene Ritita, la protagonista de este cuento, y como espero que tengáis todos siempre.

Cuento a la Vista: La rana que fue a buscar la lluvia

Cansada de que llevara meses sin llover, la rana Ritita cogió su maleta a rayas, esa que le habían regalado una primavera y que no había utilizado jamás, y se marchó en busca de la lluvia.

El resto de ranas la observaron extrañada mientras se alejaba de la charca.

- ¿Cómo va a encontrar la lluvia? Eso no se encuentra, aparece y listo.
- Se va a otra charca, como el resto de animales. Encontrará otras ranas, otras amigas y nos olvidará.
- ¡Qué desagradecida!

Pero la rana Ritita no tenía pensado mudarse a otra charca. A ella le gustaba mucho la suya, al menos le gustaba mucho antes de la sequía, cuando todo florecía a su alrededor, cuando el agua se colaba en los recovecos más escondidos y te regalaba siempre imágenes maravillosas: una flor flotando sobre la charca, una libélula haciendo música con sus alas, un caracol tratando de trepar a una piedra, las arañas de agua moviéndose con la sincronización de unas bailarinas acuáticas.

Aquel lugar era su pequeño paraíso, el mejor sitio para ver pasar veranos, criar renacuajos y enseñarles a croar y croar. Sin embargo la terrible sequía que asolaba la zona estaba dejando sin agua la charca y en consecuencia sin animales, que no tenían más remedio que mudarse a otros rincones si quería sobrevivir.

Por eso una noche sin lluvia y sin estrellas (con una luna llena enorme), la rana Ritita había decidido ir a buscar la lluvia. Ella no quería huir como el resto, ella quería que todo volviera a ser como antes y para eso necesitaban la lluvia. Y si la lluvia no venía, ella tendría que buscarla.

La rana Ritita, con su maleta de rayas, se alejó de la charca con decisión.

- Voy a encontrar a esa lluvia vaga y perezosa que ha decidido dejar de trabajar. La voy a encontrar y encontrar y encontrar…

Pero fueron pasando las horas y en el cielo solo veía un sol brillante y cálido.

- ¡Maldito sol! – exclamó enfadada – No puedes tener tú siempre el protagonismo. ¿Dónde está la lluvia?

El sol, que no estaba acostumbrado a que le echaran semejantes regañinas, quiso esconderse, ¡pero no había ni una sola nube en el cielo!

- Lo siento mucho, rana Ritita. ¿Te crees que a mí me gusta trabajar cada día? Llevo meses sin librar, y eso es agotador. Pero no sé dónde está la lluvia. Deberías preguntar a las nubes.
- Y ¿dónde están las nubes?
- Pues hace mucho que no las veo también. Otras gandules que se han ido de vacaciones.

La rana Ritita y el sol se quedaron pensativos. ¿Dónde estarían las nubes?

- Lo mejor es que preguntes al viento. Él es el encargado de traerlas de un lado para otro, seguro que te puede decir algo.

Pero aquella tarde de primavera no corría ni una pizca de viento. La rana Ritita decidió seguir caminando hasta que encontrara al viento por si este podía decirle dónde estaban las nubes y estas donde estaba la lluvia. Por la noche, la rana Ritita llegó a la orilla de un río medio seco y sintió una ligera brisa.

- ¡Viento suave! ¡Por fin te encontré! Ando buscando a las nubes para que traigan lluvia a nuestra charca. ¿Sabes dónde pueden estar?
- Hace tiempo que no veo a ninguna nube. Lo mejor es que busques el mar. De ahí salen la mayoría de las nubes.

¡El mar! Pero eso estaba lejísimos, tardaría tanto… ¡Menos mal que en su maleta de rayas la rana Ritita guardaba un montón de cosas útiles. Por ejemplo un trozo de corcho hueco que le había regalado una vez un zorro al que le salvó de un cazador. El zorro le había dado aquel corcho para que lo usara como silbato si alguna vez necesitaba ayuda. ¡Ese era el momento! Se llevo el corcho hueco a los labios y silbó, silbó, silbó y silbó.

El zorro apareció al poco tiempo.

- ¡Querida rana Ritita! ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estás?

La rana Ritita le contó lo preocupada que estaba por su charca y que por eso había salido a buscar la lluvia.

- ¡Te ayudaré! Súbete a mi lomo y agárrate fuerte. Llegaremos al mar en apenas unas horas.

La rana Ritita jamás había marchado a esa velocidad. Los árboles aparecían y desaparecían y las mariposas y los mosquitos se iban quedando atrás. ¡Qué buena idea haber llamado a su amigo el zorro!
Tal y como este había anunciado, en apenas unas horas llegaron a una pequeña montaña desde la que se podía ver el mar. Estaba amaneciendo y el sol (otra vez el sol) teñía de naranja el agua. ¡Era una imagen preciosa!

Ritita se despidió de su amigo el zorro y dando saltos llegó hasta la orilla del mar.

- Buenos días, señor mar. Ando buscando a las nubes para que nos traigan la lluvia que tanta falta hace en nuestra charca. ¿Sabes cómo puedo encontrarlas?

El mar dejó que algunas olas se rompieran en la arena y luego murmuró pensativo.

- La única manera que se me ocurre de que las encuentres es sumergirte en mis aguas y esperar a que el cielo te absorba.- Y al ver la cara de asombro de Ritita soltó una carcajada y exclamó – Así es como se crean las nubes, amiga rana, ¿o qué creías? Pero vamos a lo importante ¿sabes nadar?

Claro que la rana Ritita sabía nadar, pero el mar, tan profundo y salado, era tan diferente a la charca que le dio miedo. ¡Menos mal que en su maleta de rayas tenía justo lo que necesitaba! Un paraguas que había traído con la esperanza de poder utilizarlo cuando encontrara la lluvia. Así que la rana Ritita utilizó el paraguas como barco y se adentró en el mar. Y esperó a ser absorbida por el cielo. Pero el viaje había sido tan agotador y estaba tan cansada que sin darse cuenta se quedó dormida.

Cuando se despertó ya no estaba flotando sobre su paraguas, sino sobre una superficie húmeda y esponjosa: ¡una nube!

- Buenos días, querida nube. ¡Por fin te encuentro! Estoy buscando a la lluvia porque se ha olvidado de mi charca y la pobre se está secando.

La nube se sorprendió de tener dentro una rana. ¡Una rana! Ella estaba acostumbrada a llevar pequeñas gotas de agua, no ranas parlantes.

- ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Una rana dentro de una nube! ¡Increíble!

Ritita le contó toda su aventura desde que había salido de su charca y la nube se compadeció de ella.

- Tenemos que hacer algo. Pero aunque soy una nube, no puedo llevar mis gotas de agua a tu charca a menos que nos lo diga la lluvia. Tendremos que hablar con ella.

La nube le contó la historia a otras nubes, que se la contaron al cielo que tenía muy buena relación con la lluvia y podía visitarla siempre que quisiera. Así que el cielo habló con la lluvia y le contó la historia de la rana Ritita.

- ¡Menudo viaje solo para encontrarme! ¡Vaya rana más valiente!

Así que la lluvia, que era buena aunque un poco despistada, por eso a veces se le olvidaba hacer su función en algunos lugares, decidió ayudar a Ritita.

- ¡Esto no puede ser! Ordeno inmediatamente que esa nube salga pitando hacia la charca de nuestra amiga.

Y así fue. La nube comenzó a sobrevolar el cielo y al ratito llegaron a la charca.

- Es el momento, Ritita. Prepárate, porque además de gotas de lluvia, también caerás tú.

El cielo se volvió oscuro, el sol se retiró a descansar (¡por fin!) y comenzó a llover con fuerza sobre la charca. Todos los animales que aún quedaban allí, abandonaron sus escondites para salir a disfrutar de aquel momento. ¡Estaba lloviendo!

Y entre las gotas de lluvia, de repente, vieron aparecer a la rana Ritita con su maleta a rayas y comprendieron que, tal y como había prometido, había traído la lluvia. ¡Lo había conseguido!

Desde entonces la despistada lluvia nunca más volvió a olvidarse de aquella charca y la rana Ritita guardó su maleta a rayas y nunca más tuvo que usarla. ¿A dónde se iba a marchar pudiendo quedarse en el lugar más maravilloso del mundo?

Puedes encontrar más cuentos en Cuento a la vista

¡Nace un libro de cuentos! ¿quieres el tuyo?…

$
0
0

libro de cuentos para niños

Hoy no os vamos a contar un cuento, os vamos a contar que nuestros cuentos infantiles¡¡¡¡por fin van a formar parte de un libro!!!! Un maravilloso libro de cuentos infantiles que está a punto de ver la luz y a cuyo nacimiento te queremos invitar ¿quieres participar?…

Se trata de “Cuentos diferentes para niños diferentes”, una recopilación de algunos de los mejores cuentos que han nacido en el blog Cuento a la vista y que han sido publicados en páginas como la de Pequeocio. Todos estos cuentos que vuestros peques han disfrutado durante más de dos años por fin pueden ocupar la cabecera de sus camas para ayudarles a dormir y a soñar. Nos lo habíais pedido muchas veces ¡y por fin puede hacerse realidad gracias a vosotros!

Son 90 páginas con 11 cuentos y 50 ilustraciones. Algunas historias, como la La rana que fue a buscar la lluvia o La niña que no sabía reír”, ya las conocéis, pero también hay cuentos nuevos. Además, Raquel Blázquez ha añadido ilustraciones inéditas y María Bautista ha corregido y reescrito muchas de las historias que aparecen en el libro ¡No os perdáis este vídeo donde os lo contamos mejor!

¿Te gustaría ser la “mamá” o el “papá” de estos cuentos infantiles?… ¡Nuestro libro de cuentos es tímido y necesita del amor de todos para nacer! Puedes conseguir ejemplares firmados, ilustraciones originales e incluso aparecer hasta en los agradecimientos, sí, sí… ¡tú también formarás parte del libro de cuentos! Pero solo puede nacer si tiene muchas mamás y papás que quieren que sus hijos lo lean. 

Pincha aquí y reserva ya tu libro ¡Van a ser 500 ejemplares que además pueden volar a cualquier parte del mundo! Sólo tienes que sumarte y dejar reservado tu ejemplar. Estamos seguras que vas a pasar maravillosas horas contándole nuestros cuentos a tu hijo, porque son cuentos cortitos y actuales, con los que tus hijos aprenderán muchas cosas casi sin darse cuenta…

Más información: Cuentos diferentes para niños diferentes

Cuento a la vista: El amor de la lluvia y el sol

$
0
0

12_Lluvia_sol

El cuento infantil que publicamos hoy habla de una historia de amor entre dos seres maravillosos: la lluvia y el sol. Fue algo que ocurrió hace mucho mucho tiempo pero que hoy todavía disfrutamos. No podemos contar más para no desvelar el final, pero seguro que lo disfrutareis muchísimo.

Aquí os dejamos este texto de María Bautista acompañado de una ilustración de Brenda Figueroa.

Cuento de El amor de la lluvia y el sol

Hubo un tiempo en que no existían estaciones. No había florida primavera, ni verano abrasador, ni otoño nostálgico e invierno helador. Los árboles mezclaban sus flores con sus frutos, sus hojas amarillas con sus desnudas ramas y en un mismo día podía llover y helar, hacer un frío que pelaba o el más agotador de los calores.

Por aquella época andaban todos un poco locos con tanto cambio de tiempo. Los caracoles sacaban sus cuernos al sol para sentir en seguida la lluvia sobre sus caparazones espirales. Los osos se iban a dormir cuando hacía frío y antes de que hubieran conciliado el sueño ya estaban muertos de calor en lo más profundo de su cueva. Todos andaban despistados pero como no había normas vivían felices en el caos más absoluto.

También el sol y la lluvia andaban despistados, concentrados en algo mucho más importante que el tiempo, los animales o los árboles: el amor. Y es que el sol y la lluvia, en aquella época loca en la que no existían las estaciones, se habían enamorado. Y como aquel tiempo era un tiempo de principios y de primeras cosas, el amor entre el sol y la lluvia era nuevo, intenso y desbordante.

Al principio se encontraban en los amaneceres, cuando todos dormían aún. Durante algunos minutos el sol brillaba con fuerza y la lluvia llenaba de agua las hojas y los campos. Con el tiempo los amantes sintieron más y más necesidad de estar juntos. De los amaneceres pasaron a las mañanas y de las mañanas llegaron a los mediodías y las tardes.

Pero en aquel caos de mundo donde no había estaciones, a nadie le sorprendió que lloviera y saliera el sol al mismo tiempo, al fin y al cabo, aquel era un mundo sin normas y todo estaba permitido.

Sin embargo, un día los amantes llegaron demasiado lejos. Enamorados como estaban las horas juntos se les pasaban en un instante, les sabían a poco. Por eso aquella tarde cuando el sol se preparaba para el atardecer, para desaparecer hasta la mañana siguiente, la lluvia sintió el deseo de tenerle un ratito más a su lado.

- ¡No puedes irte tan pronto! Quédate conmigo un par de horas más.

Y el sol, conmovido por la dulzura de la lluvia no pudo negarse. Aquel día atardeció dos horas más tarde pero nadie dijo nada: en aquel mundo sin normas todo estaba permitido.

Al día siguiente, fue el sol el que se sintió tentado a aparecer antes en el cielo y estar más rato con su querida lluvia.

- Nadie lo notará. Al fin y al cabo la noche es oscura y a nadie le gusta.

Y el amanecer, en aquella ocasión, comenzó mucho más pronto que nunca. Pero nadie dijo nada: en aquel mundo sin normas todo estaba permitido.

Día tras día, los amantes arañaban horas a la noche hasta que esta desapareció del mundo. Aquello provocó el mayor caos que se había visto jamás en aquel mundo de caos. Los animales no conseguían dormir, la tierra estaba inundada, las flores se morían de calor con tanto sol. Eso por no hablar de que la luna y las estrellas se habían quedado sin trabajo. Muy enfadada, la luna comenzó a pedir explicaciones a todos los seres que vivían en el planeta.

- ¿Se puede saber quien ha organizado semejante lío? Sin noche no hace falta luna, ni estrellas, ¿a dónde se supone que debo marcharme yo ahora? – gruñía irritada en lo más alto del cielo.

Y tras mucho preguntar y mucho investigar, la luna se enteró del romance que mantenían el sol y la lluvia y de como este amor desbordado le había robado la noche. Muy enfadada les sorprendió una noche que no era noche sino día:

- ¿No os da vergüenza haber dejado al mundo entero sin noche? – les gritó indignada.
- Pero esto es un mundo sin normas y aquí todo está permitido – exclamó orgulloso el sol.
- Claro que sí, siempre que lo que hagamos no moleste a los demás. Y vuestras aventuras nocturnas perturban a los animales que no pueden dormir, aturullan a los árboles y a las flores con tanta agua y tanto calor. Además, ¿qué hay de las estrellas y de mí misma? ¿Qué haremos sin noche? ¿os habéis parado a pensar un solo segundo qué será de nosotras?

La lluvia y el sol bajaron la cabeza avergonzados. Claro que no habían pensado en eso. Ellos solo tenían pensamientos para su amor y sus sentimientos y todo lo demás no importaba. Pero aquello tenía que cambiar.

Y vaya si cambió. La luna bien se encargó de ello y condenó a los amantes a terminar con aquellos encuentros. Desde aquel momento, a la lluvia siempre le acompañó un cielo gris y triste. El sol, por su parte, dejó de viajar con las nubes. Si estas aparecían era para hacerle sombra, pero nunca para traerle la lluvia, como hacían antes.

Fue una época triste aquella. Eso a pesar de que nacieron las estaciones y los animales y las plantas dejaron de volverse locos con tanto cambio de tiempo. Sin embargo, todos se sentían un poco culpables por el sol y la lluvia, separados para siempre.

- Algo hay que hacer. Es demasiado cruel con la lluvia y el sol.

Y tanto insistieron, que la luna acabó por ceder.

- Podréis reuniros muy de vez en cuando, y siempre en periodos cortos. Pero a cambio, en cada encuentro, tendréis que darnos algo tan bello como vuestro amor.

La lluvia y el sol aceptaron. Volvieron sus encuentros, volvió el mundo a ser alegre. La lluvia y el sol también cumplieron con su promesa.

Crearon algo tan bello como su amor: el arco iris.

Cuento de Navidad: El reno Moritz y su extraña nariz

$
0
0

nariZul

Las Navidades ya están aquí y Cuento a la vista nos trae una historia muy navideña. El protagonista de esta historia es uno de los renos de Papá Noel: Moritz, tan presumido y coqueto que los duendes de la Navidad decidirán gastarle una pequeña broma. Pero a veces las bromas no salen como uno espera.

Lo que nosostros esperamos es que disfrutéis de este cuento tanto como de la Navidad. La ilustración es de Brenda Figueroa y el texto de María Bautista. ¡Felices Fiestas!

El reno Moritz y su extraña nariz

Cada Navidad, los renos de Papá Noel sacaban brillo a su elegante cornamenta, se limpiaban sus pezuñas hasta que relucían y visitaban la peluquería de la vieja Rena Recareda con la intención de que les cortara el pelo de su cuerpo, lo lavara con el mejor de los champús, y les dejara a todos tan guapos que casi ninguno se reconocía.

Era un procedimiento extraño este de los renos. Los duendes de la Navidad se preguntaban una y otra vez cuál sería el motivo de que los renos se pusieran tan guapos para repartir los regalos navideños:

- De qué les servirá tener las pezuñas limpias si en cuanto comiencen su viaje se van a llenar de nieve, de tierra, de asfalto, de lluvia…¡qué absurdo!
- Y para qué querrán ir bien afeitados y con el pelo impecable, si con tanto viento en un abrir y cerrar de ojos se les pone a todos el pelo hecho una pena…

Y es que a los duendes, al contrario que a los renos, les gustaba revolcarse por el suelo, saltar de charco en charco y sobre todo, hacer muchas muchas travesuras.

Les gustaba esconderle cosas a Papá Noel, o cambiárselas de sitio para que él, tan despistado, se las pusiera al revés (aún se mueren de risa cuando recuerdan la Navidad que el pobre no se dio cuenta y repartió todos sus regalos con su gorro para dormir en vez de con su elegante gorro rojo: ¡Menos mal que no le vio nadie!).

También les gustaba cambiar las etiquetas de los regalos de los niños (Papá Noel ya se sabe este truco y siempre, antes de partir, revisa todas y cada una de las etiquetas, pero como ya hemos dicho, es tan despistado que siempre se le pasa alguna tarjeta. ¿No os ha pasado nunca que os ha llegado un regalo que no habíais pedido en vez de ese que teníais tantas ganas de recibir? La culpa es de los traviesos duendes).

Pero lo que más les gustaba a los duendes de la Navidad era chinchar a los renos, que se ponían tan elegantes para repartir los regalos en Nochebuena. Con su magia, los duendes eran capaces de las peores cosas: les despeinaba, le llenaban de ramas sus cornamentas, y salpicaban de barro sus limpísimas pezuñas. Pero un año, los duendes hicieron algo que no habían hecho nunca…

Para esta travesura, eligieron al Reno más presumido de todo el grupo. Se trataba de Moritz, el reno al que le encantaba su nariz. Decía que era tan bella que podía competir con Rodolfo, el famoso reno de Papá Noel que con su nariz roja había conseguido convertirse en el más importante y famoso reno de todos los tiempos.

- Así que el reno Moritz, no para de presumir de su nariz – cuchicheaban los duendes divertidos…
- Creo que se merece una lección, ¿no os parece?

Y todos estuvieron de acuerdo en que a Moritz había que darle donde más le dolía: ¡en la nariz!

- Oye Moritz, ¿sabes cómo consiguió Rodolfo su nariz roja?

Moritz no tenía ni idea, así que agitó su cornamenta en señal de negación.

- Pues fue gracias a los duendes. Nosotros se la volvimos roja como un tomate y gracias a eso se convirtió en el reno más famoso de la Navidad.
- ¿Gracias a vosotros? ¿Y cómo lo hicisteis?
- Pues con ayuda de la magia… si quieres también podemos hacerlo contigo.

Al reno Moritz se le iluminó la nariz de felicidad…

- ¿Me la pondríais roja a mí también?
- Pues podríamos ponértela roja, pero eso ya está muy visto. ¿No te apetece ponértela azul? – exclamaron todos los duendes sin poder contener la risa.
- ¿Azul? Pero… ¿no es eso muy raro?
- Qué va, qué va…el azul es el color de la navidad, ¿no lo sabías? – exclamó un duende guiñándole el ojo al resto, que continuaron con la broma.
- Claro, Moritz, todos piensan que el rojo es el color de la Navidad, pero no es cierto. ¿De qué color es el cielo por el que hacéis vuestro largo trayecto?
- Pues, pues azul – exclamó confundido Moritz.
- Y de ¿qué color es el mar sobre el que voláis cuando repartís los regalos?
- Pues, pues azul – repitió Moritz cada vez más confundido.
- ¿Lo ves? El azul es el color de la Navidad, sin duda.

Y todos los duendes asintieron divertidos. Tanto insistieron, que Moritz, cada vez más confundido, acabó por fiarse de ellos y dejar que le pusieran la nariz de ese color tan “navideño”.

- Porque la Navidad magia a los duendes nos da, haz que Moritz tenga azul su nariz.

Nada más decirlo, la nariz oscura y respingona de Moritz fue tornándose más y más clarita, hasta convertirse en un llamativo punto azul que contrastaba con el pelaje marrón del reno. Al ver aquella nariz tan azul, los traviesos duendes no pudieron evitar una carcajada.

- ¿Por qué os reís? ¿Acaso no me queda bien? – exclamó asustado Moritz buscando un espejo donde poder mirarse.
- No, no, que va…¡te queda fenomenal! – mintieron todos los duendes, pensando que cuando el reno viera su nariz azul en el espejo se volvería loco.

Sin embargo Moritz en vez de enfadarse al ver su nariz azul, se puso de lo más contento.

- ¡Teníais razón! El azul es el color de la Navidad: ¡me queda fenomenal! – y se marchó muy feliz a ver al resto de renos ante la cara de asombro de todos los duendes.

Cuando el resto de renos vieron la ridícula nariz de Moritz comenzaron a reírse de él. Pero Moritz no les hizo ni caso: se sentía tan guapo con aquella nariz única que nada de lo que pudieran decirle le haría cambiar de idea.

Y así fue pasando el tiempo y los renos pronto se acostumbraron a la nariz azul de Moritz. Por su parte, los duendes, que habían planeado reírse durante años y años de aquella pesada broma, tuvieron que reconocer que su truco de magia les había salido mal.

Y es que gracias a la nariz azul de Moritz, este se convirtió en uno de los renos más populares de la Navidad (con permiso del reno Rodolfo, claro está).

Cuento a la vista: La bella que durmió y durmió

$
0
0

bella_durmiente

El cuento a la vista que os traemos seguro que os suena a más de uno. Trata sobre una princesa que se pinchó con una aguja y fue condenada a dormir durante cien años. Pero la bella durmiente que nosotros os presentamos no es exactamente como el original…

Si quieres conocer qué pasó realmente en el castillo encantado y que pasó con esa maldición no dejes de leer el cuento de María Bautista, ilustrado por Raquel Blázquez, que os presentamos a continuación. ¡A disfrutarlo!

La bella que durmió y durmió

Es de todos conocido que hubo una vez, en un castillo en medio del bosque, un rey y una reina que tuvieron una pequeña niña. Tan contentos estaban, que organizaron una fiesta e invitaron a todas las hadas del reino.

Las hadas, como regalo, por su nacimiento, le concedieron a la pequeña sus mejores dones: la curiosidad, la inteligencia, la salud, la alegría y la belleza.

Pero el hada más malvada del reino, que no había sido invitada, se enteró de aquella gran fiesta, y muy enfadada apareció allí:

- No me habéis invitado, pero aun así yo también quiero hacerle un regalo.

Como las intenciones no parecían malas, el rey la invitó a sentarse en la mesa. Sin embargo, el regalo del hada malvada no era ningún don, sino un maleficio:

- El mismo día en que cumplas dieciséis años te pincharás con una aguja y morirás – y la malvada hada desapareció.

El poder de aquella hada era más fuerte que el del resto, por eso, aunque lo intentaron por todos los medios, ninguna consiguió eliminar el maleficio. Tan solo pudieron cambiarlo:

- Cuando se pinche, no morirá, caerá en un profundo sueño del que solo podrá despertarle, cien años después un príncipe azul.

Pero el rey no estaba dispuesto a que eso ocurriera, así que destruyó todas las agujas del reino:

- Si no hay agujas, no podrá pincharse y si no se pincha nunca se cumplirá el maleficio.

¡Ay, que poco conocía el rey la maldad de aquel hada! El día del cumpleaños número dieciséis de la princesa, el hada, disfrazada de anciana, se le apareció a la joven ¡con una aguja e hilo!

La princesa, que era curiosa e inquieta, al ver aquel objeto extraño, preguntó a la anciana por él:

- Si quieres puedes coger la aguja con tus propias manos y tratar de coser. Yo te enseñaré…

Pero, tal y como había anunciado años antes el hada malvada, la princesa se pinchó con la aguja y se quedó profundamente dormida. Y con ella todo el castillo cayó en un profundo sueño.

Y así pasaron años y años y años. ¡Hasta cien! En ese tiempo el mundo había cambiado mucho. Para empezar los reyes ya no hacían y deshacían a su antojo, aunque seguían existiendo.

Además, las hadas habían dejado de trabajar con varitas y pócimas y se habían licenciado en medicina y farmacia.

Las tecnologías habían convertido las agujas en algo casi, casi olvidado…¡todo el mundo cosía con máquinas ultramodernas! Y ya no había coches tirados por caballos, sino por un líquido viscoso al que todos llamaban “gasolina”.

En el cielo, además de pájaros, había aviones y helicópteros. Y los bosques, antes tan frondosos y tranquilos, eran ahora pequeños espacios verdes donde los excursionistas hacían barbacoas.

Por eso el verano en el que la princesa cumplía cien años de sueño, unos excursionistas que paseaban por el bosque de la princesa, provocaron, sin querer, un terrible fuego. El verano había sido tan seco, tan seco, tan seco, que bastó una pequeña chispa para que todos los árboles comenzaran a arder.

En seguida llegaron los bomberos, cargados de mangueras, tratando de poner fin a ese incendio terrible. Tuvieron suerte, la lluvia que no había llegado en meses, apareció y les ayudó a frenar el incendio.

Pero se habían quemado tantos árboles, que el castillo de la bella durmiente, escondido durante cien años por la maleza del bosque, fue visto por los bomberos:

- ¿Te has fijado en ese castillo? – preguntó una bombera de la cuadrilla.
- No lo había visto jamás – exclamó el bombero más joven.
- ¡Vamos!

Ambos caminaron hacia él y descubrieron con sorpresa que todo un reino dormía plácidamente, incluso fuera del castillo.

- ¡Qué cosa más extraña! – exclamó la chica – No están muertos, solo parecen dormidos. Pero yo diría que llevan años y años así, ¿Te has fijado en sus ropas?

Pero el chico, que era un enamorado del arte y de los edificios antiguos, solo tenía ojos para el castillo. ¡Era tan bonito!

- ¿Crees que podremos entrar?
- Si te hace tanta ilusión…¡entremos!

Los dos bomberos pasearon por el castillo y se maravillaron con el lujo que allí encontraron: muebles dorados, cortinas de terciopelo, lámparas de cristales, y al fondo, una cama preciosa donde estaba una jovencita bellísima.

- ¡Esta debe ser la princesa! – exclamó la chica.
- ¿Tú crees?
- Claro que sí. Seguro que tienes que besarla.
- ¿Besarla? ¿Yo? ¿Por qué?

La chica miró a su compañero con resignación, ¡es que nunca había leído un cuento infantil! A las princesas siempre había que besarlas…

- Pues bésala tú… – exclamó el chico, que no veía por qué tenía que besar a una desconocida.
- ¡Cómo voy a besarla yo! Si la princesa se despierta y ve que la estoy besando yo…¡lo mismo vuelve a dormirse otros cien años! Ella espera un príncipe azul…
- Pero yo no soy un príncipe y mucho menos azul. Los príncipes azules no existen.

La chica pensó que su compañero tenía razón. En todos sus años de vida, jamás había visto un príncipe azul. Había visto chicos altos, chicos bajos, chicos gordos, chicos flacos, chicos alegres, chicos tristes, chicos amables, chicos groseros, chicos listos, chicos atontados y chicos de lo más aburridos. Pero príncipes azules…¡ninguno!

Así que tendrían que pensar otra solución. Pero se iba haciendo de noche y no había manera de ponerse de acuerdo.

- Anda bésala y acabamos con esto.
- Que no la beso, y si luego ¿quiere casarse conmigo?
- Pues te casas con ella, para eso es una princesa.
- Pero es que yo no quiero casarme con una princesa.
- Bueno…bésala y salimos corriendo. La despiertas y nos vamos a toda velocidad, así no tienes que casarte con ella.
- Que no…
- Que sí…

No consiguieron ponerse de acuerdo así que nada hicieron. Se fueron por donde habían venido. La bella durmiente y toda la corte del reino siguieron durmiendo otros cien años.
Esperando …

Cuento a la vista: Los cuentos del bichejo

$
0
0

hermanos_bichejo

El cuento a la vista que presentamos en esta ocasión es una historia de hermanos. Seguro que la convivencia de los pequeños cuando llega un nuevo miembro a la familia le ha dado dolor de cabeza a más de una Mamá y un Papá. De repente el rey de la casa ya no es el rey de la casa. Todo esto se complica en el momento en el que hay que compartir la habitación. Algo así le ocurre a Nerea cuando el abuelo viene a vivir a casa.

Pero en este caso la solución para el conflicto entre Nerea y Pablo pasa por un cuento, un libro y mucha mucha imaginación. ¿Os apetece descubrir cómo consiguieron compartir habitación Nerea y Pablo sin que surgiera ningún problema? Pues a leer, a leer y a leer…

Los cuentos del bichejo

Después de haber estado tantos años teniendo una habitación para ella sola, Nerea vio como la cosa cambiaba cuando cumplió 8 años.

- No seas refunfuñona, Nerea. El abuelo viene solo por una temporada. Cuando acabe el invierno volverá a su casa y tú podrás recuperar tu habitación.

- Claro, pero mientras tanto, la que tiene que dormir con el bichejo soy yo.

El bichejo no era una lagartija gigante, ni un animal peludo y gruñón, sino el apodo que Nerea le había puesto a su hermano pequeño, Pablo. Y es que Nerea, aunque hacía ya casi dos años que Pablo era su hermano, seguía sin comprender por qué todo el mundo le hacía tanto caso. ¡Con lo aburrido que era! Casi no hablaba, andaba como si fuera un pato mareado y lloraba cada dos por tres. ¡Si al menos supiera jugar a la peonza, o contar cuentos, o ayudarle a resolver los problemas de

matemáticas!

Así que Nerea vio con horror cómo trasladaban su pequeña cama de colores a la habitación de Pablo.

- ¡Ya verás como es genial! Yo siempre compartí habitación con mi hermana y nos lo pasábamos bomba – intentó convencerla su madre.

Pero Nerea no lo veía claro. No se podía comparar su divertida tía Rita, con aquel niño llorón y torpe que la seguía a todas partes y la miraba con aquellos enormes ojos grises.

- ¡No me mires así, bichejo! Si tú tuvieras una habitación tan bonita como la mía, tampoco se la querrías dejar al abuelo.

Pero Pablo la miraba con sus enormes ojos grises y le daba la risa. ¿De qué se reía aquel mocoso? Nerea suspiró. Aquel invierno iba a ser muy muy complicado.

Y así fue al principio, sobre todo por las noches. Y es que el bichejo se acostaba muy pronto y no se podía hacer ni un solo ruido y mucho menos dejar la luz encendida. Aquello sí que era un verdadero problema para Nerea, ¡con lo que le gustaba leer por la noche! Antes siempre le contaba un cuento Papá, pero desde que el bichejo había llegado a casa, Nerea había comenzado a leerlos ella sola. Al principio, la refunfuñona Nerea había protestado mucho, pero después había descubierto que leerlos sola era muy divertido. Le gustaba poner voces, imitar a los personajes e imaginarse siempre que ella era la protagonista. ¡Y ahora aquello había terminado!

Pero Mamá, al verla tan disgustada, tuvo una gran idea:

- Nerea, ¿por qué no le lees tú los cuentos a Pablo? Así tú podrás seguir disfrutando de ellos y además se los enseñarás a tu hermano.

- Bah, ¿para qué? Si el bichejo no entiende nada.

- ¡Venga, anímate!

Y a Nerea no le quedó más remedio que empezar a compartir sus cuentos con Pablo. Las primeras noches, el bichejo la miraba con sus enormes ojos grises y bostezaba aburrido. Y Nerea, bostezaba más aburrida todavía. Los cuentos del bichejo eran simples y llenos de colores. ¡Algunos ni siquiera tenían letras!

- ¡Cómo voy a contarle un cuento sin palabras! ¿Qué hago, me las invento?

Y eso fue exactamente lo que hizo: inventarse el texto de los cuentos de Pablo. Que si un hada por aquí, que si una oveja que hace bee por allá, que si perro que hace guau, que si una niña traviesa que canta una canción. Así, poco a poco, Nerea comenzó a conseguir que el niño se divirtiera con ellos.

- Y entonces llegó la bruja con cara de mala. Escucha, bichejo, era muy mala y se reía así: ¡UAJAJAJAJA!

- ¡acacacaca!

- No, bichejo, ¡UAJAJAJA! ¿A ver cómo lo haces tú?

El pequeño intentaba imitar una y otra vez la risa de la bruja mala del cuento, pero ¡no había manera! Pero aunque no lo conseguía, ¡era tan gracioso intentándolo!

Y así, entre cuentos, fue pasando el invierno, y antes de que Nerea se diera cuenta el abuelo cogió sus cosas y se marchó de vuelta a casa.

- ¿Estás contenta, Nerea? ¡Por fin vas a recuperar tu cuarto!

Pero la niña no estaba contenta. Por un lado, tenía ganas de volver a su habitación, con su alfombra de rayas, sus estanterías llenas de libros y sus paredes verdes, pero había algo que iba a echar de menos: ¡al bichejo! En todos aquellos meses habían pasado tanto tiempo juntos y se habían divertido tanto, que Nerea había comprendido por qué todo el mundo le hacía tanto caso: ¡era un bichejo adorable!

Por eso, cuando Papá le anunció que volvía a su cuarto, su cara no fue precisamente de alegría.

- ¿Qué pasa Nerea? ¿No era lo que querías? Por fin podrás volver a leer tus cuentos antes de dormir…

- Sí, pero… ¿qué pasa con el bichejo? ¿quién le leerá ahora esos cuentos sin palabras?

Al oírla decir aquello, Papá comprendió lo que le pasaba.

- Pues tú, Nerea. Que para eso eres su hermana mayor…

Y así fue. Nerea siguió contándole cuentos a su hermano pequeño noche tras noche, día tras día, hasta que el bichejo fue tan mayor que pudo leerlos él solo.


10 cuentos cortos para dormir felices

$
0
0

cuento corto

Los cuentos cortos me encantan porque en un espacio pequeño y apenas unos minutos de lectura nos transportan a mundos fantásticos, y al niño que los lee le dejan con ganas de más, lo que ayuda a fomentar su pasión por la literatura.

Sin duda cuando hablamos de cuentos infantiles cortos para nosotros la referencia es Cuento a la Vista, quien cada semana nos ha ido trayendo preciosas historias para niños.

Hoy os traemos una recopilación de 10 cuentos cortos que os van a encantar, y sin duda vuestros hijos disfrutarán con ellas. Para leer cada cuento tan solo tenéis que pulsar sobre la imagen o sobre el título y os dirigirá a la historia.

¡Ya nos contaréis qué os parecen estos cuentos infantiles!…

Cuento infantil corto: El gato soñador

cuento-corto-infantil-gato

Este cuento corto nos habla de Misifú, un gato que quería alcanzar la luna ¿queréis saber si consiguió su sueño? Para leer el cuento solo tenéis que pulsar sobre la imagen.

Un cuento corto: El malo del cuento

cuento-corto-malo-del-cuento

¿Qué pasaría en los cuentos si el malo del cuento quiera dejar de serlo? Para leer este cuento infantil solo tenéis que pulsar en la imagen y descubriréis qué ocurrió…

Cuento corto de la farola dormilona

cuento-corto-ninos

Este cuento corto es de una farola dormilona que prefiere dormir mientras sus compañeras trabajan ¿queréis leerlo? Si pulsáis sobre la imagen os llevará al cuento.

Cuento Corto: El ajetreado día de Claudio Tomares

cuento-corto-payaso

Claudio Tomares era un payaso muy ocupado, pero tenéis que leer por qué… ¡seguro que os gusta este cuento infantil corto! Pulsad sobre la imagen para leerlo.

Cuento infantil corto de la rana que fué a buscar la lluvia

Cuento corto de la rana

En este cuento infantil una ranita se fué a buscar la lluvia… averigua qué pasó pulsando sobre la imagen para leer este cuento corto.

Cuento infantil: El reloj dorado

cuento-corto-reloj

En este cuento infantil del reloj dorado descubriremos una historia de puntualidad, amor y fidelidad. Si pulsas sobre la imagen podrás leer este cuento corto tan bonito…

Cuento corto: El sueño de Ahmed

cuento-infantil-corto-ahmed

Un cuento corto para hacernos pensar ya que habla de los países en guerra y como los niños sufren con estos conflictos. Podéis leerlo pulsando sobre la ilustración.

Un cuento infantil de princesas

cuento-princesas

La historia de una princesa que no queria ser princesa. Averigua qué ocurre en este cuento infantil pinchando sobre la ilustración.

Cuento infantil de La Ratita Presumida

cuento-ratita-presumida

Este es el cuento de La Ratita Presumida reinventado, una versión en cuento corto que os va a gustar. Podéis leerlo si pulsáis sobre la imagen.

Cuento infantil de Olivia

cuentos cortos infantiles
Y dejamos para el final un cuento infantil un poco más largo que los anteriores pero que viene dividido por capítulos, lo que mantendrá la tensión de lo que le ocurre a Olivia durante varias noches de lectura… Pulsad sobre la imagen para ver todos los capítulos.

Esperamos que disfrutéis tanto como nosotros de estos preciosos cuentos cortos para niños de Cuento a la Vista

Cuento a la vista: La ciudad sin colores

$
0
0

violeta_colores

Imaginaros que una mañana cualquiera os despertáis y el mundo se ha quedado sin colores. ¿Qué hariais para recuperarlo? Pues esto es precisamente lo que le ocurre a la pequeña Violeta un buen día. Para conseguir que los colores y la alegría vuelvan a la ciudad, la niña cuenta con la inestimable ayuda de su querido, y un poco alocado, abuelo Filomeno.

Espero que disfrutéis de esta historia sin colores y que al leerla, os deis cuenta de lo importante que es la alegría en el mundo. Así que a leer y a sonreír mucho.

Cuento: La ciudad sin colores

Cuando la pequeña Violeta se levantó aquella mañana comprobó con terror que su habitación se había quedado sin colores. Las paredes ya no eran amarillas sino blancas, su colcha azul se había vuelto grisácea y todos los libros de su estantería eran una triste y borrosa mancha oscura.

- ¿Qué ha pasado en esta habitación? – se preguntó la niña comprobando con alivio que su pelo seguía naranja como una zanahoria y que su pijama aún era de cuadraditos verdes.

Violeta miró por la ventana y observó horrorizada que no solo su habitación, ¡toda la ciudad se había vuelto gris y fea! Dispuesta a saber qué había ocurrido, Violeta se vistió con su vestido favorito, ese que estaba lleno de flores, cogió su mochila de rayas, se puso sus zapatos morados y se marchó a la calle.

Al poco tiempo de salir de su casa se encontró con un viejito oscuro como la noche sacando a un perro tan blanco que se confundía con la nada. Decidió preguntarle si sabía algo de por qué
los colores se habían marchado de la ciudad.

- Pues está claro. La gente está triste y en un mundo triste no hay lugar para los colores.

Y se marchó con su oscuridad y su tristeza. Violeta se quedó pensando en lo que había dicho el viejo, ¿sería verdad aquello? Pero no tuvo tiempo de hallar una respuesta porque, de repente, una mujer gris que arrastraba un carrito emborronado se chocó con ella. Después de pedir disculpas, Violeta decidió preguntarle sobre la tristeza del mundo.

- Pues está claro. La gente está triste porque nos hemos quedado sin colores.
- Pero si son los colores los que se han marchado por la tristeza del mundo…

La mujer se encogió de hombros con cara de no entender nada y siguió caminando. Violeta entró en el parque que había cerca y descubrió con enfado que hasta los árboles y las flores se habían quedado sin colores. En ese momento, una ardilla descolorida pasó por ahí.

- Ardilla, ¿sabes dónde están los colores? Hay quien dice que se han marchado porque el mundo está triste, pero hay otros que dicen que es el mundo el que se ha vuelto triste por la ausencia de colores.

La ardilla descolorida dejó de comer su castaña blanquecina, miró con curiosidad a Violeta y exclamó:

- Sin colores no hay alegría y sin alegría no hay colores. Busca la alegría y encontrarás los colores. Busca los colores y encontrarás la alegría.

Violeta se quedó pensativa durante un instante. ¡Qué cosa extraordinaria acababa de decir aquella inteligente ardilla descolorida!

La niña, cada vez más decidida a recuperar la alegría y los colores, decidió visitar a su abuelo Filomeno. El abuelo Filomeno era un pintor aficionado y también la persona más alegre que Violeta había conocido jamás. Como ella, el abuelo Filomeno tenía el pelo de su barba tan naranja como una zanahoria y una sonrisa tan grande y rosada como una rodaja de sandía. ¡Seguro que él sabía como arreglar aquel desastre!

En casa del abuelo Filomeno los colores no se habían marchado, ¿cómo iban a marcharse de aquella casa llena de alegría? Violeta tuvo que explicarle todo lo que había ocurrido porque no se había enterado de nada.

- ¡Qué se han marchado los colores! Pero eso es gravísimo, ¡tenemos que hacer algo!

Y después de zamparse un montón de golosinas (el abuelo Filomeno decía que eran malas para los dientes pero buenas para la felicidad), Violeta y su abuelo salieron a la calle con su maleta de pinturas.

- Vamos a pintar la alegría con nuestros colores – le explicó el abuelo Filomeno.
- Pero eso, ¿cómo se hace?
- Muy fácil, Violeta. Piensa en algo que te haga feliz…
- Jugar a la pelota en un campo de girasoles.
- Perfecto, pues vamos a ello…

Violeta y el abuelo Filomeno pintaron sobre las paredes grises del colegio un precioso campo de girasoles. Un policía incoloro que pasaba por allí quiso llamarles la atención, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente:

- Señor Policía, cuéntenos algo que le haga feliz…
- ¿Feliz? Un sofá cómodo junto a una chimenea donde leer una buena novela policiaca.

Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno y aquel policía incoloro se pusieron a pintar una enorme chimenea con una butaca de cuadros. Cuando estaban terminando, una mujer muy estirada y sin una pizca de color se acercó a ellos con cara de malas pulgas, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente:

- Descolorida señora, díganos algo que le haga muy feliz…
- ¿Feliz? ¿En estos tiempos grises? Déjeme que piense…una pastelería llena de buñuelos de chocolate.

Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno, el policía incoloro y la mujer estirada sin una pizca de color comenzaron a pintar una colorida pastelería.

Poco a poco, todos los habitantes de la ciudad fueron uniéndose a aquel grupo y llenando la ciudad de murales llenos de cosas maravillosas, que a todos ellos les hacían muy feliz. Cuando acabaron, la ciudad entera se había llenado de colores. Todos sonreían alegres ante aquellas paredes repletas de naranjas brillantes, azules marinos y verdes intensos. Volvían a ser felices y volvían de nuevo a llenarse de colores.

Terminada la aventura, el abuelo Filomeno acompañó a Violeta a su casa. Pero cuando iban ya a despedirse, a Violeta le entró una duda muy grande:

- Abuelo, ¿y si los colores vuelven a marcharse un día?
- Si se marchan tendremos que volver a sonreír. Solo así conseguiremos que regresen…

Y con su sonrisa de sandía, el abuelo Filomeno se dio media vuelta y continuó su camino a casa.

Cuento a la vista: La vida secreta de los objetos

$
0
0

laVidaSecretaDeLosObjetos

El cuento corto que os traemos en esta ocasión habla de cosas perdidas. ¿Quién no ha perdido algo alguna vez? La protagonista de este cuento ha perdido unas gafas de sol y está muy triste. Pero para todo hay una solución. Con un poco de imaginación y la ayuda de su tía María, descubirá dónde se esconden las cosas que se pierden y cuál es la vida que nos ocultan todos esos objetos que entran y salen de nuestra vida.

El cuento está escrito por María Bautista y la ilustración es de Brenda Figueroa. Disfrutad mucho este cuento y no os perdáis nada, que de perder cosas va el asunto.

La vida secreta de los objetos

Hace una semana perdí unas gafas de sol. No eran unas gafas de sol cualquiera. Las había comprado mi tía María, que es la más viajera de todas las tías que tengo, en un mercadillo de cosas antiguas en Berlín.

- Estas gafas pertenecieron a una joven alemana de los años setenta a la que le gustaba pasear bajo el sol. Solía llevar a su perro al río y jugaba con él.

Mi tía María, además de la más viajera, es la más cuentista de todas mis tías. Ella siempre dice que no se inventa nada, que todo lo que me cuenta lo ha escuchado por ahí. Pero yo no me lo creo del todo. Sin embargo, me gusta que me cuente esas historias.

- ¿Y cómo acabaron estas gafas en ese mercadillo?

- Un día, el perro de esta joven de los años setenta salió corriendo detrás de un conejo. Iba sin correa, así que la chica tuvo que correr detrás de él. En el camino perdió las gafas. Las encontró una señora que pasaba por ahí. Las cogió y las guardó en una caja.

- ¿Y después?

- Después, muchos años después, cuando se jubiló se fue de viaje.

- ¿A dónde?

- Pues a donde va a ser, a Mallorca, que es donde van todos los alemanes.

- ¿Se llevó las gafas?

- No, las había guardado en una caja, así que ni se acordó de ellas.

- Y ¿cuándo volvió ya no estaban?

- No, nunca volvió.

- ¿Cóooomo? ¿No volvió nunca? ¿Le pasó algo malo?

- ¡Qué va! Le gustó tanto Mallorca que decidió quedarse ahí. Y su nieta se fue a vivir a su casa. Cuando vio las gafas de sol le encantaron y comenzó a usarlas. Pero luego las vendió.

- ¿Las vendió? ¿Por qué? Acabas de decir que le gustaban mucho…

- Sí, pero consiguió un trabajo en la Antártida y allí no las necesitaba, así que las vendió.

Mi tía María, además de viajera y cuentista, tiene unas ideas un poco raras: ¿Quién va a encontrar un trabajo en la Antártida? Pero cualquiera le lleva la contraria.

- ¿Y así fue cómo las encontraste tú?

- Claro, las vendía una chica en un puesto de sombreros. En cuanto las vi me acordé de ti. ¡Cómo te encantan los sombreros…!

¿Veis a que me refiero? Como me encantan los sombreros mi tía María me regaló unas gafas de sol. ¿Alguien entiende algo? Yo no, pero ya me he acostumbrado a sus locuras.

Pero ahora he perdido las gafas de sol. Y me he puesto triste. Menos mal que mi tía María es la persona más despistada del mundo. Se pasa el día perdiendo cosas, así que no le ha molestado nada que haya perdido las gafas que me regaló.

- No te preocupes, pequeña – me dijo la tía María cuando se enteró – ahora esas gafas pueden continuar su vida.

- ¿Qué vida?

- Pues la vida secreta de las gafas de sol.

He debido poner tal cara de sorpresa, que mi tía María se ha visto obligada a explicármelo.

- No me digas que no sabes lo que es la “vida secreta de los objetos”.

- Ni idea.

- ¡No me lo puedo creer! Todos los objetos tienen una vida secreta, algo que casi nadie conoce. ¿Por qué te crees que perdemos cosas? ¿Porque somos muy despistados? ¡Qué va! Es porque los objetos quieren vivir sus propias vidas y se escapan. Tus gafas no se han perdido. Se han cansado de estar contigo y se han ido a buscar una nueva aventura. Así que no estés triste, alégrate, porque seguro que tus gafas de sol están más felices.

Al principio he puesto cara de “no me creo ni una palabra de lo que acabas de decirme”, pero luego he empezado a pensar en todas las cosas que he perdido en mi vida: la bufanda que me hizo la abuelita, un montón de gomas de borrar, dos o tres peonzas, un silbato, una muñeca, un par de coches de juguete, un cuaderno sin empezar. ¡Y si todas esas cosas se hubieran ido de verdad a otro sitio! Y me ha gustado mucho la idea.

- Entonces, ¿tú crees que esas gafas las tiene ahora otra persona?

- ¡Seguro! Y a cambio, tú encontrarás algo pronto. Otro objeto que se haya cansado de su vida y haya decidido buscar una nueva aventura.

Cuando le he contado esta historia a Román, que es mi mejor amigo, me ha mirado como si estuviera chiflada:

- No sé quién está más loca de las dos, si tú o tu tía María. Eso de la vida secreta de los objetos… ¡es imposible!

Pero cuando volvíamos a casa he pisado algo. Era un sombrero rojo con una vida secreta que ninguno podremos adivinar jamás. Un sombrero a la búsqueda de una nueva aventura.

Al menos eso me ha dicho mi tía María. Y yo la he creído. Y Román, esta vez, también.

Cuento a la vista: El paraguas de Estíbaliz (parte 1)

$
0
0

paraguas_estibaliz

Cuento a la vista nos trae de nuevo una historia con capítulos. La protagonista, en esta ocasión, es la niña Estíbaliz que vivirá una extraña aventura llena de viento, lluvia y mucha imaginación. El cuento comienza con un regalo: un paraguas. Aunque parezca insignificante, el paraguas de Estíbaliz le llevará a vivir la aventura más increíble y alocada que la pequeña hubiera imaginado jamás.

¿Queréis conocer a Estíbaliz y su paraguas rojo? Pues a leer el primer capítulo…

El paraguas de Estíbaliz

De todos los regalos que Estíbaliz había recibido por su cumpleaños, el que más le había gustado era el de su hermana mayor. Era un paraguas.

- ¡Vaya tontería, un paraguas! – Le habían dicho sus amigas.

Pero para Estíbaliz aquel paraguas era especial. Primero porque era el primer regalo que le había hecho su hermana nunca. Cierto que le había regalado muchos libros antiguos que ella ya no leía, y que le había legado ropa y muñecos y hasta otro paraguas amarillo con globos que había usado durante todo el invierno pasado. Pero aquello no eran regalos como tal, sino préstamos, herencias, cosas, que, en cierta manera, no le pertenecían del todo. Pero aquel paraguas era el primer regalo de verdad, suyo propio y de nadie más, que había recibido de su hermana.

Además, aquel no era un paraguas infantil, no. Estíbaliz acababa de cumplir 9 años y era una edad importante: la última de una sola cifra. Así que aquel paraguas era de persona mayor, de esos que terminaban en punta y que los adultos te clavaban en los autobuses cuando querían pasar hasta el final. ,Además, era precioso, tan rojo y brillante, con aquel mango azul con forma de espiral.Estíbaliz estaba impaciente por estrenarlo. Pero aunque el otoño estaba a punto de llegar, el tiempo era tan cálido y seco como el peor día de verano.

- Mamá, ¿no puedo sacarlo aunque sea de sombrilla? – rogó Estíbaliz aquel lunes antes de ir al colegio.
Pero Mamá era difícil de convencer. ¿Qué iba a hacer la niña por la calle con un paraguas un día tan soleado?

- A ver – refunfuñaba enfadada Estíbaliz – ¿quién ha dicho que los paraguas solo sean para la lluvia?
- Pues la propia palabra, hija. Para aguas, no para sol, ni viento, ni nada. Solo agua.

Estíbaliz tuvo que reconocer que aquel era un razonamiento muy acertado. Así que no le quedó otro remedio que marcharse a clase sin su maravilloso paraguas.

Por suerte, un par de días después el tiempo cambió. El cielo se llenó de nubes grises y había tanta oscuridad que en vez de mañana, parecía tarde.

- ¿Lloverá hoy? ¿Lloverá, Mamá? ¿Puedo estrenar el paraguas?

No hizo falta seguir insistiendo. Antes de que Mamá contestara, había comenzado a caer un impresionante chaparrón. Así que Estíbaliz engulló lo más rápido posible su desayuno y salió a la calle dispuesta a estrenar su maravilloso paraguas. Pero en el cielo, el viento también se fijó en aquel paraguas y quiso tenerlo en su colección de objetos.

Tenéis que saber a qué me refiero. ¿Nunca os ha robado nada el viento? ¿No? Pues sois muy afortunados. Aunque seguro que alguna vez habéis visto como se llevaba más de un globo, o un pañuelo, o un sombrero, o papeles llenos de palabras bonitas. Al viento le encanta coleccionar cosas aunque para ello tenga que llevárselas sin pedir permiso a sus dueños.

Por eso cuando vio salir a Estíbaliz con aquel paraguas tan bonito, hizo todo lo posible por llevárselo. Tan fuerte sopló y sopló, que la pobre Estíbaliz apenas podía abrirlo.

- ¿Será posible? – exclamó enfadada, mientras se iba mojando inevitablemente.

Pero tanto se empeñó que al final lo consiguió. Su paraguas de colores era un punto de luz en aquella mañana tan oscura y gris, lo que aumentaron los deseos del viento de quedárselo. Así que comenzó a soplar más y más fuerte. Estíbaliz sintió cómo se le enredaba en el pelo, cómo intentaba colarse por debajo de su vestido y lo que era peor de todo: cómo trataba de arrancarle el paraguas de las manos.

- Eso sí que no, viento. Alborótame el pelo y levántame la falda, pero el paraguas es mío y no te lo vas a llevar…

Pero Estíbaliz no conocía lo insistente que podía ser el viento cuando deseaba algo. Claro que el viento, tampoco sabía lo cabezota que podía ser ella. De esta forma, viento y niña se enzarzaron en una pequeña batalla en la que el paraguas era el que tenía todas las que perder.

- Deja de tirar – gritó cada vez más furiosa Estíbaliz – si seguimos así solo conseguiremos romperlo.

Pues déjame que me lo lleve, escuchó la niña susurrar a ese viento caprichoso entre las hojas de los árboles.

- De eso, ni hablar. Si quieres llevarte el paraguas, tendrás que llevarme también a mí – le desafío Estíbaliz.

Dicho y hecho. Nada más pronunciar aquellas palabras, Estíbaliz sintió como sus piernas se levantaban del suelo.

- Ante todo, no sueltes nunca el paraguas – se dijo asustada.

Y arrastrados por el viento, paraguas y niña desaparecieron entre las nubes grises…

Cuento a la vista: Más allá de las nubes (El paraguas de Estíbaliz parte 2)

$
0
0

estibaliz_cielo

Hoy traemos un nuevo capítulo de las aventuras de Estíbaliz y su paraguas rojo. En el cuento anterior, la pequeña Estíbaliz era arrastrada por el viento a no sabemos dónde. ¿Lo descubriremos hoy?

Para saberlo tendremos que leer este cuento, escrito por María Bautista, e ilustrado por Raquel Blázquez. ¡Qué lo disfrutéis!

Más allá de las nubes

Si las personas tuviéramos un poco más de tiempo para hacer las cosas, si no fuéramos siempre corriendo a todas partes, prestaríamos un poco más de atención a lo que ocurre a nuestro alrededor.

Pero como todos, especialmente las personas mayores, siempre van de un lado para otro con la lengua fuera, no se dan cuenta de la cantidad de cosas extraordinarias que ocurren cada día muy cerca de nosotros.

Así pasó aquella mañana otoñal. Una niña con un paraguas rojo estaba siendo arrastrada por el viento a quién sabe dónde. ¡¡¡Una niña que volaba con un paraguas rojo!!! ¿Acaso puede haber algo más increíble? Aquello era digno, cuando menos, de aparecer en las noticias con grandes titulares:

“Viento caprichoso arrastra niña y paraguas hacia el cielo”

o algo todavía más espectacular:

“Una niña sobrevuela la ciudad con un simple paraguas”

Pero como la gente se pasa el día caminando con los ojos puestos en el suelo, en vez de mirar de vez en cuando al cielo, nadie se dio cuenta de que el viento se estaba llevando a la pobre Estíbaliz y a su maravilloso paraguas hasta un lugar más allá de las nubes. Eso a pesar de los gritos de Estíbaliz, que no dejó de increpar al malvado viento durante todo el viaje:

- ¡Maldito viento caprichoso! ¿Se puede saber a dónde nos llevas? ¡¡Suéltanos ahora mismo!!

Pero el viento no estaba dispuesto a renunciar a su paraguas, aunque para eso tuviera que aguantar los gritos de aquella niña tozuda y chillona que no paraba de patalear y patalear.

Cuando llevaban un tiempo volando, Estíbaliz, cansada de rogarle al viento que la devolviera a tierra firme, dejó de gritar y, sin dejar de apretar con fuerza el mango en espiral de su maravilloso paraguas, comenzó a observar el paisaje que le rodeaba. Hacía tiempo que su ciudad, con sus altos edificios, sus árboles y sus coches, se había convertido en un pequeño punto que apenas podía distinguirse del resto.

A dónde nos llevará este viento tozudo y tramposo, se preguntaba Estíbaliz mientras sentía como una humedad muy densa y cargada le obligaba a cerrar los ojos: estaban atravesando los nubarrones grises. Poco después, Estibaliz sintió calor y volvió a abrirlos. El cielo gris se había convertido en un firmamento azul intenso donde el sol brillaba con todo su esplendor.

- ¿Cómo es posible que hayan desaparecido todas las nubes? Debemos estar muy lejos de casa – susurró asustada Estibaliz, y de nuevo sintió ganas de gritar y patalear para ver si el viento la soltaba de una vez.

Pero no tuvo tiempo de hacerlo porque de repente el viento dejó de soplar y Estíbaliz y su paraguas se quedaron flotando en medio de aquel cielo azul.

- ¿Qué demonios está pasando? – exclamó la niña, siempre agarrada a su paraguas rojo.

Por más que miraba y miraba, Estíbaliz no era capaz de adivinar que había bajo sus pies que le impedía caer al suelo.

- ¿Sobre qué estoy apoyada?

- Sobre uno de los peldaños de las escaleras que lleva a mi palacio – afirmó una voz grave y potente.

- ¿Al palacio de quién?

- Al mío, ¿no acabo de decirlo?

- ¿Y quién eres tú?– preguntó irritada Estíbaliz.

- ¡Vaya con la niña del paraguas! Nos ha salido preguntona. Primero sube las escaleras y entra en mi palacio. Después ya veremos si respondo a tus preguntas…

Estíbaliz comprendió que no podía hacer otra cosa que obedecer, y trató de encontrar aquella escalera misteriosa de la que le hablaba la voz.

- Ahora lo entiendo. Es una escalera transparente, por eso parece invisible, pero si te fijas bien…

Y con la punta de su paraguas fue descubriendo el borde de cada escalón, subiendo paso a paso una escalinata que parecía no terminarse nunca…

Viewing all 67 articles
Browse latest View live